28 mar. 2024

Roa Bastos, más allá de sus obras

Hoy se cumplen 90 años del nacimiento del extinto escritor. Si viviera, probablemente no hubiera festejado su cumpleaños. Conozca cómo era él en su niñez, qué le agradaba y cómo se comportaba con sus amigos.

Roa Bastos

Recibiendo el Premio Cervantes

Miércoles/13/JUNIO/2007

Por Roberto Gómez Palacios

Don Augusto no acostumbraba festejar su cumpleaños. Nunca organizó fiesta alguna, sino que en varias oportunidades sus amigos o parientes preparaban una y lo invitaban, pero no debía haber mucha gente porque no se sentía a gusto donde había muchas personas. Aun con esas condiciones a veces iba y en otras ocasiones, no.

Cuando se reunía con amigos contaba chistes para pasarla bien. Los recuerdos que el escritor dejó en sus más allegados no se reflejan sólo en su producción literaria. Augusto José Antonio Roa Bastos era una persona que desde niño se acostumbró a leer, y las pocas veces que cometía travesuras no eran similares a las de niños de su edad, pues las hacía con inteligencia.

Eran cuatro hijos en la familia, pero todos tenían grandes diferencias en las edades. El menor se llamaba Lucio Hermenegildo, seguían Rosa Victoria y Emilia Simona. Ambas mujeres siguen con vida. Rosa recuerda muy poco del escritor porque ella había quedado en Iturbe cuando Augusto vino a la capital, a la casa de unos parientes para estudiar desde el primer grado.

Sólo en las vacaciones podían estar juntos, pero esos cortos meses bastaban para que ella guardara recuerdos preciosos de la niñez. “Él tenía un diccionario enorme que era de mi tío, y con eso dormía. Amanecía y se ponía a leer. Era de poco hablar. A la hora de comer era delicado, de poco comer. Le gustaba la comida paraguaya, el arro kesu, no tomaba leche ni café, sólo té, hasta su muerte”, comenta su hermana Rosa, conocida como Manení.

EL RÍO. En sus obras literarias, Augusto nunca olvidó el río, que para él era una fuente inmensa de inspiración. Y es que de niño adoraba ir al Tebicuary, cerca del ingenio azucarero donde trabajaban sus padres, en Iturbe.

Le gustaba nadar y remar, de hecho había ganado algunos premios en competencias deportivas estudiantiles. Cuenta Manení que Augusto y Emilia iban al río casi todos los días y traían barro en queseras para hacer ladrillos, queriendo construir una casita. Y lograban levantar alguna que otra construcción pequeña, pero él la destruía porque para probar si era lo suficientemente resistente subía encima de la casita y los ladrillos se volvían barro.

Otro de los placeres mayores del extinto, que muy pocos conocen, es que era amante de la música. Las veces que se encontraba con amigos cantaba creaciones folclóricas con el acompañamiento de la guitarra o del bombo, que él mismo ejecutaba. “En su exilio en Buenos Aires, cuando se cansaba de escribir, salía a la calle a tocar el bombo, y no tenía vergüenza. Él era muy espontáneo y como amigo era sin igual. Buscaba la lealtad que él mismo profesaba con la gente a la que quería”, comenta Antonio Carmona, quien lo conoció muy de cerca.

Una figura capital de las letras

Augusto Roa Bastos nació en Asunción el 13 de junio de 1917, pero vivió gran parte de su niñez en el pueblo de Iturbe. Su amor a la escritura lo convirtió primero en periodista, y como había participado de muy joven en la Guerra del Chaco, fue corresponsal de guerra en Europa, durante la Segunda Guerra Mundial.

En su exilio de Paraguay, primero en Buenos Aires y luego en Francia, desde 1947, comenzó su gran labor literaria a la par de su desempeño como docente universitario. En sus escritos se refleja la vida en varias épocas en el Paraguay.

En 1944 formó parte del grupo “Vy`a raity” (El nido de la alegría), decisivo para la renovación de la poesía y la plástica en el Paraguay.

En 1952 publicó su primera colección de cuentos, “El trueno entre las hojas”. Le siguieron “Hijo de hombre” (1960), “El baldío” (1966), “Cuerpo presente y otros cuentos” (1971), “Yo, el Supremo” (1974), “Contar un cuento y otros relatos” (1984), “Vigilia del Almirante” (1992), “El Fiscal” (1993), “Contravida"(1994) y “Madame Sui” (1996). Premio Cervantes en 1989. Falleció en Asunción el 26 de abril de 2005.

Olga Blinder, Artista plástica: “Soñábamos un Paraguay diferente”

Muchas personas se hicieron amigos de Roa Bastos por encontrar un punto compartido en las ideas. Así, desde que la obra plástica “Torturados”, de Olga Blinder, fue rechazada para su exposición en Asunción, el escritor la ayudó para desarrollarla en Buenos Aires, y así nació una amistad entre ella, Josefina Plá y el creador de inmortales obras de la literatura universal.

“Augusto no era el escritor, sino un gran amigo. Siempre estaba cuando uno lo necesitaba, en cualquier momento, en cualquier lugar. Era de esas personas que te acompañaban en las buenas y en las malas. Me apoyó mucho en mis trabajos artísticos y juntos soñábamos con un Paraguay diferente”.

Ticio Escobar, Crítico de arte: “Era un hombre complejo y cabal”

“Conocí a Augusto en 1976, preso yo en Investigaciones, a través de la lectura de Yo el Supremo. Nos encontramos a partir del año siguiente en actos culturales diversos ocurridos durante sus venidas a Asunción y de a poco fuimos construyendo una amistad fuerte y rica”.

Espero que el mito que “sano, necesariamente” construimos los paraguayos en torno a la figura de Augusto no comprometa la figura de un hombre complejo y cabal; no sólo un gran escritor, sino un sobreviviente que tuvo que recurrir a todo su talento, que era mucho, para no quebrarse ante el oscurantismo de la dictadura y el asedio de la mediocridad”.

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