Observar en estos días a miles de personas peregrinar hacia el Santuario de la Virgen de Caacupé plantea preguntas sobre el sentido, la relevancia y el significado de un fenómeno de esta naturaleza en nuestra sociedad. Más allá de las propias creencias, se trata de un hecho como ningún otro en el año, que une al pueblo paraguayo hacia una misma meta, movilizando a poblaciones de distintos puntos y diferentes realidades sociales, económicas y culturales.
Pero ¿cuál es su sentido? ¿De qué sirve el gesto y el sacrificio de los miles de jóvenes y adultos? ¿Qué desafíos plantea la existencia de esta manifestación religiosa tan masiva?
Por un lado, la festividad plantea retos personales para quienes se adhieren a ella de manera sincera y seria, pues aquello que mueve al peregrino hacia la Basílica Menor, esa conciencia y deseo de bien, necesita –inevitablemente– transformarse en criterio para el cotidiano si pretende ser verdadero; es decir, en la forma de enfrentar el trabajo, administrar los bienes públicos, tratar a la esposa y a los hijos, situarse ante las necesidades de los más carenciados, y asumir la dignidad propia y ajena. Sin dudas, un desafío vital para quienes se convierten en peregrinantes.
Por el otro, también invita a reflexionar sobre aspectos más complejos y hasta poco atendidos como la riqueza de la religiosidad popular, cimiento de nuestra cultura, y el valor sociológico de una expresión pública que congrega las inquietudes, los reclamos y los deseos más íntimos y visibles de miles personas.
Por último, esta festividad también llega a interpelar ese concepto tan restringido pero difundido de la razón como “medida de todas las cosas”, según el cual solo puede ser considerado real y existente aquello que es captado por los ojos, la sensibilidad o los laboratorios. De esta manera, correspondería con justicia negar a priori la posibilidad de que haya realidades fuera de las que puedan ser alcanzadas por las capacidades intelectuales del ser humano. Es decir, una contraposición con la razón entendida como apertura a la realidad, incluyendo aquella experiencia personal inexplicable, los fenómenos incomprensibles pero verificables, entre otros.
Tener cada año a un pueblo que se moviliza hacia un espacio de reclamos en torno al amor, la caridad, la paz, la justicia social y el desarrollo personal es algo positivo y debe ser apreciado en su justa medida; apuntando la mirada hacia lo esencial, más allá de “escándalos” mediáticos que buscan reducir el gesto a frases chocantes o acciones de algunos particulares.