10 feb. 2025

Recuperar el tiempo perdido

Hoy meditamos el Evangelio según Lucas 2,22-40.

En estos últimos días del año que termina y en los comienzos del que empieza nos desearemos unos a otros que tengamos un buen año. Al portero, a la farmacéutica, a los vecinos..., les diremos ¡Feliz año nuevo! o algo semejante. Un número parecido de personas nos desearán a nosotros lo mismo, y les daremos las gracias.

Pero ¿qué es lo que entienden muchas gentes por «un año bueno», «un año lleno de felicidad», ¿etcétera? «Es, a no dudarlo, que no sufráis en este año ninguna enfermedad, ninguna pena, ninguna contrariedad, ninguna preocupación, sino al contrario, que todo os sonría y os sea propicio, que ganéis bastante dinero y que el recaudador no os reclame demasiado, que los salarios se vean incrementados y el precio de los artículos disminuya, que la radio os comunique cada mañana buenas noticias. En pocas palabras, que no experimentéis ningún contratiempo».

Cualquier año puede ser «el mejor año» si aprovechamos las gracias que Dios nos tiene reservadas y que pueden convertir en bien la mayor de las desgracias. Para este año que comienza Dios nos ha preparado todas las ayudas que necesitamos para que sea «un buen año». No desperdiciemos ni un solo día. Y cuando llegue la caída, el error o el desánimo, recomenzar enseguida. En muchas ocasiones, a través del sacramento de la Penitencia.

¡Que tengamos todos «un buen año»! Que podamos presentarnos delante del Señor, una vez concluido, con las manos llenas de horas de trabajo ofrecidas a Dios, apostolado con nuestros amigos, incontables muestras de caridad con quienes nos rodean, muchos pequeños vencimientos, encuentros irrepetibles en la Comunión...

Hagamos el propósito de convertir las derrotas en victorias, acudiendo al Señor y recomenzando de nuevo.

Pidamos a la Virgen la gracia de vivir este año que comienza luchando como si fuera el último que el Señor nos concede.

El papa Francisco a propósito del evangelio de hoy dijo: “La fiesta de la Presentación de Jesús al Templo es llamada también la fiesta del encuentro: el encuentro entre Jesús y su pueblo; cuando María y José llevaron a su niño al Templo de Jerusalén, ocurrió el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por dos ancianos Simeón y Ana.

Aquel fue también un encuentro al interior de la historia del pueblo, un encuentro entre los jóvenes y los ancianos: los jóvenes eran María y José, con su recién nacido; y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes que frecuentaban el Templo.

Observamos qué cosa dice de ellos el evangelista Lucas, cómo los describe. De la Virgen y de san José repite por cuatro veces que querían hacer aquello que estaba prescrito por la Ley del Señor (cfr Lc 2,22.23.24.27).

Se intuye, casi se percibe que los padres de Jesús se alegran de observar los preceptos de Dios, sí, la alegría de caminar en la Ley del Señor. Son dos recién casados, han tenido apenas su niño, y están animados por el deseo de cumplir aquello que está; prescrito. No es un hecho exterior, no es por cumplir la regla, ¡no! Es un deseo fuerte, profundo, lleno de alegría. Es aquello que dice el Salmo:

En resumen, estos dos ancianos ¡están llenos de vida! Están llenos de vida porque son animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus llamados...

Y he aquí el encuentro entre la santa Familia y estos dos representantes del pueblo santo de Dios. En el centro está; Jesús. Es él quien mueve todo, que atrae a unos y otros al Templo, que es la casa de su Padre”.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal, y https://www.pildorasdefe.net/liturgia/evangelio-lucas-2-22-40-papa-francisco-presentacion-jesus-en-el-templo-simeon-ana-maria-jose)