Por Adolfo Ferreiro
Porque sí, la oposición se cree merecedora de nuestro voto. Del precario discurso que la caracteriza, se entiende “que ya es su turno”. Algunos llaman a esto “alternancia”, una especie de derecho de pernada sobre las partes íntimas de la República. Otros, más brutos, lo expresan con lo de “ya es nuestra toca” o lo mismo: “ñandéjama”.
Lo que por cobardía intelectual y deserción cívica elude la oposición es poner en consideración el porqué se la votaría. Francamente, salvo estupidez o razones puramente emocionales, cuesta encontrar una. Si buscáramos una definición amplia, global, del desempeño de la elite dirigente opositora, faltarían las palabras para abarcar con una descripción suficiente todo lo que tiene de necia, oportunista, inculta, deshonesta, ignorante, irresponsable, cínica, perjudicial y corrupta.
Lo más desesperante es que unánimemente no tiene ninguna disposición a asumir, ni en lo mínimo, alguna actitud de revisión participada por los desaguisados, atropellos y demoliciones que ha venido perpetrando a lo largo de los años, todos referidos a cuestiones de su alta responsabilidad política.
Si entendemos que la construcción de la democracia es mucho más que el mero hecho que a ella “ahora le toque gobernar”, la oposición hizo poco para merecer ser gobierno; peor, lo poco se encargó ella misma de destruirlo.
Con el disparate que perpetró la oposición en materia ideológica y técnica en la Convención Constituyente, contribuyó como nadie a la supresión de toda posibilidad de instauración de un régimen democrático de calidad. Decretó la desaparición definitiva de los partidos políticos y de participación ciudadana efectiva, reduciendo el proceso político a lo que fue después del noventa y dos: una confrontación de gavillas vividoras del Estado, sin moral política ni proyecto republicano. La dirigencia opositora no ha hecho nada para revertir esta desgracia, de la que es coautora de alta responsabilidad. Por el contrario, se ha beneficiado del resultado de degradación de la política que diseñó y pactó constitucionalmente.
Es más, la oposición tomó como causa destruir e impedir el desarrollo de la poca institucionalidad posible en los resquicios que deja la Constituyente. Por eso se alzó contra los principios fundamentales de la autonomía judicial, participando activamente, hasta hoy, de una concepción teórica y una militancia política sobre la conformación y el funcionamiento del Poder Judicial, que es más antidemocrática y sediciosa que la anunciada por el tiranuelo de Venezuela. Por lo que han hecho y siguen haciendo con el Poder Judicial y la Justicia, la oposición paraguaya no merece un solo voto. Se ha constituido, objetivamente, en la peor amenaza para el Estado republicano de Derecho y merecería ser desalojada de la curul desde donde atenta sistemáticamente contra la República.
Base del sistema político democrático, el régimen municipal es aprovechado por la oposición para su corrupción, prebendarismo, mediocridad, clientelismo y perjuicio irresponsable de los intereses ciudadanos. A fin de practicar toda clase de robo, la oposición formó gavillas de delincuentes dedicados a destruir y esquilmar los municipios. Desde luego, en más de quince años, no intentó siquiera generar un proyecto urbano, lo que habla de que son bestias o delincuentes, otra cosa no. Hechos escandalosos concretos, publicados y denunciados hasta el hartazgo, visibles hasta para los ciegos de nacimiento, no fueron nunca considerados en los ámbitos de alta responsabilidad en la orientación política de los partidos. Por el contrario, los ladrones, depredadores y bandidos fueron y siguen siendo incondicionalmente respaldados por los altos dirigentes partidarios. La oposición hizo su parte acuñando lo de “proteger a los chanchos de su chiquero”, que acopló perfectamente con la consigna oficialista de “no patear la olla”, con lo que colorados y opositores unidos convirtieron las administraciones de ciudades y pueblos en merenderos de negros.
La oposición no merece un solo voto en ningún villorrio. Su participación del festival de robo, extorsión y chantaje con sus intendentes, concejales y burócratas son el anuncio dramático de la moralidad que la caracterizará el día que tenga en sus manos los baúles grandes del Estado.
En conclusión, los dirigentes opositores pretenden que tienen ganada nuestra obligación a votarlos. Están equivocados. La gente no es idiota. Podrá ser obnubilada por la demagogia y la falsaria que no conoce, por nuevos charlatanes. Pero por los viejos y conocidos dirigentes de esta oposición logrera, mediocre y perjudicial, no votará así nomás. Exigirá renovación de estilos, intelectos y conductas, en serio. No el maquillaje de fotoshop que tanto seduce a los que no supieron ni dirigir el tránsito cuando se les confió la responsabilidad de hacerlo y ahora pretenden que se les crea capaces de gobernar el país.
Estas deficiencias integrales no se suplirán con concertaciones sin contenido, proyecto ni liderazgo. Tampoco resucitará el papel político genuino de los partidos con procedimientos antojadizos como el padrón abierto o la consulta astrológica en algún cero novecientos que se ofrece en televisión.