Un vitalicio presidente caribeño hablaba horas y horas ante un público obligado que lo escuchaba, otro muy cerca, con mucho petróleo, decidió emularlo. Por estas tierras cálidas de Dios hay uno que pretende imitarlos atacando a diestra y siniestra. La verdad es que nos fascinan los culebreros. Nadie puede pasar frente a ellos sin quedar maravillados de su labia y de la boa constrictora que tiene en sus manos. A nadie importa que la pomada que venda no sirva para nada. Siempre hay incautos que lo compran. Algunos por la boa, otros por los supuestos milagros curativos de la pomada pero todos... deslumbrados por el “verso” del vendedor placero. Es una vieja técnica de márketing que continúa siendo eficiente a pesar de las mentiras y falta de fundamentos. No le importa al vendedor de ilusiones ni la falsedad de la pomada ni el recurso exagerado de la boa que enrostra una y otra vez en su cuello. Lo que importa es que se hable de lo que dice y que se compre los espejitos que se ofrece.
Esta semana uno fue mandado a callar y el hecho se convirtió en noticia mundial más por el hecho de que millones querían decirle lo mismo ante millones de espectadores televisivos. El afectado lo tomó tan personalmente que decidió infantilmente “investigar a fondo las inversiones españolas en Venezuela” cosa que nunca hizo ni tampoco pasaba por su mente realizarla si es que el Rey de España no le hubiera regañado en público. Me imagino la lucha entre los asesores de imagen. Los cubanos diciendo “transforma el ataque personal en una cuestión de Estado” y los interesados en los negocios diciéndole que “no es para tanto reconociendo las debilidades intelectuales del monarca español”. Chávez se decidió por lo primero, convirtiendo el hecho en “asunto de Estado” y procurando marcar una diferencia que le permita distraer a su pueblo de cosas más graves como la pobreza, la marginalidad y la violencia que a pesar de haber multiplicado por 10 los ingresos por el petróleo desde hace 9 años siguen mostrando cifras vergonzosas que solo pueden quedar a segundo plano con algún recurso verbal que lo sepulte temporariamente. La cuestión, dirán los asesores, es convertir la dialéctica verbal en un argumento repetido que aunque incoherente, contradictorio y cínico permita gobernar sin contratiempos ni compromisos.
Por estas tierras pasa lo mismo con el mandatario que mira esos ejemplos con interés parvulario y que acomete contra la prensa, la Iglesia, los oligarcas y algún otro molino de viento que se le ponga enfrente y que a muchas veces responde a esta provocación que busca lo mismo que Chávez y Castro: hacer que las cosas importantes y trascendentes no sean abordadas ni con la prontitud que se requieren ni con la eficacia deseada.
Es un viejo recurso de la dialéctica política carente de capacidad y compromiso para abordar la reforma del Estado, la pobreza rampante, la corrupción y la ineficacia de un Estado desbordado de mediocridad y primitivismo que no tiene ni vocación ni interés en superar esas antiguas limitaciones.
La pirotecnia verbal es como la boa del culebrero de la plaza que distrae, entretiene, ocupa la atención mientras el culebrero procura vender una pomada milagrosa que lo cura todo o da tiempo suficiente para que un diestro, astuto y cómplice ladrón se haga de la billetera escuálida de un distraído paseante ocasional. Es un truco viejo y es tiempo de aprender.