La llegada de un ex guerrillero a la presidencia de Colombia –aunque a Petro le gusta más que le llamen revolucionario– es casi tan significativa como el hecho de que ahora tendrá a mano la espada del Libertador Simón Bolívar, que la guerrilla que él mismo integró, el Movimiento 19 de Abril (M-19), robó hace 48 años de la céntrica Quinta de Bolívar.
Tras la desmovilización de esta guerrilla urbana, la espada fue devuelta al Estado y ahora está custodiada en la Casa Nariño, que a partir de este 7 de agosto y por 4 años ocupará el nuevo presidente.
DEMONIZACIÓN. Petro ha logrado algo que hace unas décadas era impensable. Carlos Pizarro, ex comandante del M-19 y el primer ex guerrillero que se presentaba a la Presidencia, fue asesinado en 1990 cuando la intención de voto le daba un 60%, en un crimen que se ha atribuido al Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), la desmantelada agencia de inteligencia. “Los mejores cuadros –hombres y mujeres– de la izquierda colombiana murieron en el intento, fueron asesinados por sus creencias, por su ideología, por sus posturas políticas”, recuerda la hija de este líder, María José Pizarro, senadora por la formación de Petro, el Pacto Histórico.
No fue un caso aislado. En esa misma campaña, el candidato de la Unión Patriótica (un partido de izquierdas surgido tras un intento fallido de paz con las FARC en 1985), Bernardo Jaramillo Ossa, también fue asesinado. Su partido, la UP, sufrió un genocidio que la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), que tiene un caso judicial abierto para juzgarlo, ha cifrado en 5.195 los militantes asesinados o desaparecidos. “Es un hecho histórico después de dos siglos prácticamente de hegemonías de unos partidos tradicionales que han intentado destruir un proceso democrático desde hace muchos años, asesinando a la oposición política”, subraya la presidenta de la UP, ahora integrada en la coalición del futuro Gobierno, Aída Avella, que estuvo más de 15 años exiliada tras sufrir un atentado.
Es normal que “en un país haya diferentes opiniones políticas”, señala Avella, pero en Colombia no lo era y se pagaba con la vida la militancia en ciertos partidos. Por más de 30 años hubo un liderazgo acéfalo de la izquierda, dice Pizarro, y aunque se conquistaron escenarios de poder, como la Alcaldía de Bogotá que el mismo Petro ocupó, no les dieron la oportunidad de un relevo generacional. Ese relevo y ese despegue de la izquierda comenzó en 2018, cuando Petro quedó segundo en las presidenciales y “llegó una nueva camada de la izquierda” al Congreso, como define Pizarro. Lo permitió el acuerdo de paz con las FARC de 2016, el hartazgo de los ciudadanos con la política tradicional.