Está en proceso de creación el Instituto para el Desarrollo del Pensamiento Paraguayo, a iniciativa del doctor José Altamirano. ¿Es preciso ese desarrollo? Sin el pensar se carece de la capacidad de reflexión, de racionamiento lógico y analítico. Y, en general, no se conoce el Ser, el existente en general, en su esencia y en su situación.
¿De qué ser paraguayo podemos hablar si no aprehendemos conceptualmente lo que Es? ¿O de su pretendida identidad como un todo articulado en partes? De modo que sin pensar no tendremos ideas de lo que somos, y prácticamente no existimos. Fuera del pensamiento, de su historia, solo hay ente, cosidad, no el ser. Es decir, la autoconciencia, que se conoce a sí mismo y plantea teorías acerca del universo y del mundo de la vida. En la explanada del tiempo construye su porvenir, participa de los procesos en los que la Humanidad trabajosamente avanza.
La universidad debería enseñarnos a pensar. Y a crear y producir conocimientos. Si por pura excepción nos entregamos a la aventura del pensar y de la investigación científica, eso descalifica como sistema a la Educación Superior. Y justifica la pertinencia de la creación del mencionado Instituto.
No obstante, es función de la universidad enseñar a pensar. Y a instituir, como sistema, la investigación científica. Mediante el pensar se pregunta por la verdad del ser, su problemática y el sentido de la vida. Las teorías científicas formulan conjeturas e hipótesis verificables. Por tanto, también provisionalmente de validez universal. Pues tanto el pensamiento filosófico como el pensamiento científico son - y deben ser- refutables. He ahí el papel del pensamiento crítico, de la racionalidad dialéctica y de las metodologías inductivas y deductivas.
¿Tiene importancia insistir acerca de la necesidad de pensar por cuenta propia y de producir en nuestro ámbito el conocimiento científico? Sí, ya desde antes, para que la oquedad de la abstracción, del discurso conceptual y de la racionalidad analítica no evidencie una escritura puramente descriptiva. Pero ahora, sobre todo, para que la reforma y la refundación de la universidad no marginen de nuevo las tareas de pensar y de investigar.
La práctica científica y técnica opera sobre una base teórica. Y no hay conocimiento sin el dominio previo de las formas simbólicas del lenguaje, incluyendo las matemáticas.
Toda la educación superior debe enseñar a pensar. Y toda carrera científica tiene que dotar y producir el conocimiento científico y técnico. Aprendiendo a pensar, se tendrá una capacidad reflexiva, lógica y crítica, traducida en obras. Y se estará en condiciones de renovar el pensamiento, la imaginación y el saber sobre la vida, la sociedad y el mundo. En tanto, el conocimiento científico habilitará para investigar, descubrir y producir nuevas teorías y prácticas que rectifiquen las verdades y aumenten el conjunto de proposiciones falsables, el dominio y la capacidad de intervención de la inteligencia humana sobre las cosas y el universo.
Estas son las funciones de la universidad, no solamente conservar y transmitir los conocimientos adquiridos. Conocimientos que en su mayoría ya llegan desfasados a nuestras aulas.
¿Es posible responder en el Paraguay a estas exigencias académicas que acaso ni Harvard cumple satisfactoriamente y sí caracterizan a Heidelberg o al Colegio de Francia? El ránking de universidades corresponde a intereses anglosajones, cuando no a la razón instrumental, como señalaban Horkheimer y Adorno.
El problema no pasa por la complejidad de la ciencia ni del pensamiento. Más bien porque los actores de la reforma calificarán el planteamiento de utópico o de falta de realismo. Argumentarán que carecemos de recursos, en equipos y en los calificados cuadros de docentes. En Latinoamérica, pese a esta generalizada carencia, se está optando por la estrategia de alianzas con las grandes universidades europeas y norteamericanas. En especial, se quiere romper con la casi unilateral presencia en los Estados Unidos de las principales figuras europeas de las ciencias humanas y de las ciencias básicas y aplicadas.
Hay una tradición histórica que debe llevarse a la universidad. Nuestros países son tributarios de la cultura europea. Y hoy, tardíamente - y todavía con reticencia- , nuestras miradas se proyectan a una visión holística, para así ir superando la focalización unilateral.
Además, y en la medida en que nos familiarizamos con los métodos del racionalismo crítico, el modelo casuístico nos parece pobre y primario frente al de la abstracción conceptualizante. Ese modelo no contribuye al pensamiento lógico y a la reflexibilidad científica y práctica.
El problema nuestro es normativo y metodológico. La reforma tiene que garantizar principios, establecer reglas generales y estándares de calidad básicos. Por ejemplo, las universidades públicas deben ser laicas, cumplir rigurosamente los criterios de equidad y ser la vanguardia como modelo de educación superior. Por lo tanto, metodológicamente tienen que enseñar a pensar, institucionalizar y sistematizar la investigación, y ser fábricas del conocimiento científico y de la producción teórica.
Y, paralelamente, sus facultades deben convertirse en ejemplos de libertad académica, de autonomía política y de meritocracia en la carrera docente, calificada por periódicas publicaciones y evaluaciones.
Pero ni la libertad académica ni la autonomía han de servir para que el catedrático, el estudiante o el egresado se evadan de la realidad y del compromiso que tienen para construir una sociedad más próspera, justa y libre. A la continuidad de esta alienante elusión sucederá - porque ya no podemos seguir con la postergación del pensar y del teorizar- la asociación de intelectuales que quieren instituir en el país, mediante un trabajo interdisciplinario y transdisciplinario, la filosofía, las ciencias sociales y el conocimiento científico. A espaldas de estos saberes, solo profundizaremos el atraso y las desigualdades.
¿Tiene importancia insistir acerca de la necesidad de pensar por cuenta propia y de producir?
Filosofía
Juan Andrés Cardozo
Filósofo
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