Producción: An Morínigo.
Hace unos 40 años era común escuchar el dicho —que pretendía ser jocoso—: “Más desubicado que coreano sin despensa”. Aunque dicho con una finalidad festiva, el chascarrillo ocultaba los prejuicios de los paraguayos hacia una comunidad que hacía más de una década se había asentado en el país, pero que aún no se sentía integrada con los nativos. Hoy esa realidad está cambiando.
“De acuerdo a nuestros registros, el primer coreano que ingresó al Paraguay lo hizo el 20 de noviembre de 1963; posteriormente, en octubre de 1964 ingresó una pareja de misioneros. Sin embargo, la fecha oficial de la llegada de los primeros inmigrantes coreanos al país fue el 22 de abril de 1965", cuenta Gustavo Koo, presidente de la Asociación Coreana del Paraguay.
En 1963 habían pasado apenas 10 años del armisticio que puso fin a la Guerra de Corea, una confrontación entre el comunismo y el capitalismo con un alto costo en vidas humanas, tanto en el norte como en el sur, y que sumió en la miseria a la península, dividida —hasta hoy— en dos países con regímenes políticos antagónicos.
Empujados a salir
En 1965, Corea del Sur era el segundo país más pobre del mundo y muchos de sus habitantes debieron emigrar en pos de un futuro mejor que, en ese momento, resultaba una esperanza muy lejana, tanto como esta tierra desconocida a la que se aventuraron a venir.
La mayoría de los inmigrantes dejaron su país de origen en un exilio forzado en busca de mejores oportunidades. El primer contingente estaba conformado por 90 personas, procedentes de diferentes ciudades de Corea, pero no hay registro de cuántas familias viajaron. Partieron desde el puerto de Busan el 17 de febrero de 1965 a bordo del buque de bandera holandesa Boissevain y casi dos meses después llegaron al puerto de Asunción.
Eran personas que se dedicaban a negocios y empresas de diferentes sectores. Algunos de los primeros inmigrantes se establecieron en la ciudad de Areguá y otros en un distrito del departamento de Caaguazú, donde el Gobierno coreano había adquirido un predio para el asentamiento de las familias.
“Según lo que cuentan nuestros antecesores, los recién llegados fueron recibidos por los paraguayos con mucha calidez. Eso hizo que la diferencia de idioma y cultura pudiera ser superada con mayor facilidad”, agrega Koo.
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Al principio eran confundidos con los japoneses, y al contrario de lo que la gente cree, los primeros súbditos coreanos en arribar al país no se dedicaron al comercio, sino a la agricultura, si bien ninguno de ellos tenía conocimientos acerca de la actividad agrícola.
El desconocimiento, sumado a las condiciones hostiles del campo y la falta de apoyo y cooperación, los obligó a migrar a las ciudades, donde se dedicaron al comercio, que es lo que sabían hacer. Así nacieron las primeras despensas coreanas y la venta de ropas a domicilio.
A pesar de la barrera del idioma, esa interacción con los paraguayos de las zonas urbanas fue el primer acercamiento a los habitantes y costumbres de este país. El coreano que se desplazaba en un auto, dejaba sus ropas a crédito y pasaba semanalmente a cobrar, pasó a ser parte del folclore citadino.
Hasta creó una expresión que se integró al lenguaje coloquial: “Mulió campela”. La frase pasó de reflejar la situación en la que el comerciante perdía su inversión, porque el cliente había muerto —deceso real o ficticio—, a ser sinónimo de cualquier circunstancia en la que un hecho negativo se convertía en irreversible.
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Es posible que ese dicho nunca haya sido expresado por un coreano en la vida real (a diferencia de los chinos, los coreanos tienen dificultad para pronunciar la ele, que sustituyen por la ere), pero dejó su rastro en el habla popular.
No menos folclórica fue la estampa del almacén coreano. Había por lo menos uno en cada barrio de Asunción y ofrecía una ventaja que no se encontraba en las despensas regenteadas por paraguayos: permanecía abierto muchas más horas al día y brindaba atención incluso domingos y feriados.
Unidos por el fútbol
En 1976 apareció un elemento inesperado como factor de interacción entre coreanos y paraguayos: el fútbol. Ese año, las Selecciones universitarias de Paraguay y de Corea del Sur se enfrentaron en Montevideo, Uruguay, en la final del Campeonato Mundial.
En esa época, el balompié no era el deporte más popular entre los surcoreanos y por estas latitudes se creía que los orientales eran unos pataduras. El triunfo final de los asiáticos fue un golpe para el orgullo nacional y motivo de bromas entre occidentales e inmigrantes.
Pero aparte de estos episodios puntuales, la integración plena fue difícil tanto al comienzo como después. Los coreanos eran percibidos por los paraguayos como reservados y reacios a establecer relaciones cercanas con los nativos.
Los motivos de la reserva de los orientales habría que buscarlos en su historia. En la asociación afirman que se debe a que los coreanos pertenecen a un pueblo resiliente, que tuvo que superar adversidades como guerras y pobreza extrema, pero sobre todo la violenta y cruda colonización del Imperio Japonés durante 35 años.
Esa fue una época muy dolorosa para el pueblo coreano, en la que sufrieron esclavitud, atrocidades y toda violación de los derechos humanos. Entonces, durante muchas décadas, ellos fueron personas desconfiadas. Con todo ese bagaje, llegaron a una tierra desconocida, con idiomas y cultura diferentes, por lo que naturalmente quisieron aislarse de la sociedad paraguaya durante muchos años.
Los primeros inmigrantes relatan que en ese momento no contaban con la variedad de verduras que existe actualmente y que tenían que comer consomé de mandioca y maíz.
El clima del Paraguay también aportó dificultades para los primeros en arribar, pues ellos no estaban acostumbrados a las altas temperaturas. Pero, por sobre todo, les resultó muy difícil el ritmo de vida.
“Los coreanos, para poder superar la pobreza, trabajaban de sol a sol, sin disfrutar de la vida. Sin embargo, en el Paraguay, en aquel entonces, la filosofía de vida era tranquilo. Estos obstáculos fueron superados con el tiempo”, relata Koo.
Algunas familias decidieron volver a Corea por motivos de salud y otras lo hicieron por la educación de sus hijos. También hubo casos de grupos familiares que se trasladaron a Estados Unidos, Brasil, Argentina y otros países de la zona en busca de nuevos horizontes.
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Relegados
La discriminación al diferente encontró el combustible necesario para desarrollarse y mostrar el peor lado de algunos paraguayos. Yei Park es hoy una modelo cotizada y exitosa, pero en su momento también se sintió discriminada, sobre todo en el colegio.
“No tenía amigas. En especial las chicas me discriminaban y siempre hacían algo para hacerme sentir mal. Hasta hoy sigo sin entender por qué lo hacían. No me invitaban a fiestas de cumpleaños, me pegaban chicles en el cabello, tiraban lápices de mis compañeras al basurero en horas de receso para luego culparme a mí. Y hubo muchos otros casos, pero todo eso me hizo muy fuerte y me ayudó el doble para que hoy en día cumpla todos mis objetivos”, cuenta Yei.
El empresario Gustavo Koo —también presidente de la Asociación— es hijo de uno de los primeros inmigrantes llegados a Paraguay. Nació en este país, pero también tuvo que soportar la discriminación. “Hice el primer grado en una escuela pública de Reducto, San Lorenzo. No había niños con rasgos orientales en esa zona, y en la escuela era el único. Seguramente por la curiosidad y porque era diferente a los demás, los niños me trataban muy mal, incluso en el recreo me tiraban piedras y tenía que resguardarme en la oficina de la directora”, recuerda.
Gustavo cuenta que tenía amigos que lo protegían, que lo llevaban a la escuela y lo traían de vuelta. Sin embargo, estos episodios fueron tan dolorosos para sus padres que al año siguiente lo inscribieron en una escuela privada. “Pero fue la única vez que me sentí discriminado en mi país”, agrega.
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Algo está cambiando
Los episodios negativos no impidieron que de a poco los coreanos, y sobre todo sus descendientes, fueran ganando espacio en la sociedad. En la actualidad ya no es raro ver a los hijos de los inmigrantes destacarse en diversas actividades, como las modelos Alice y Yei Park, el comentarista deportivo Daniel Chung, la periodista Yolanda Park, o los empresarios Gustavo Koo y Jimmy Kim, por citar a algunos de los más destacados.
“Pensamos que la situación se empezó a revertir con la segunda generación, con quienes ya nacieron en este país. Con el español como lengua materna, y viviendo la cultura paraguaya desde el inicio, la integración se dio de forma natural”, analiza Koo.
Con el tiempo, los coreanos pasaron de las despensas a otros rubros, como el de la confección y todo tipo de industrias. Los de la segunda generación son, en su mayoría, empresarios y profesionales, quienes con un perfil bajo están plenamente integrados a la sociedad paraguaya. Además de los personajes citados, hay médicos, farmacéuticos, abogados, contadores, arquitectos, odontólogos y otros.
El también empresario Jimmy Kim dice que ahora se nota el resultado del trabajo de sol a sol de la primera generación de inmigrantes coreanos. “Siempre invirtieron en la educación de los hijos, porque sabían que esa era la clave de todo éxito. El famoso coreano de la esquina trabajaba solamente para enviar a sus hijos a los mejores colegios del país y creo que gracias a eso esta nueva generación está saliendo a flote en la sociedad paraguaya”, destaca.
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Koo añade que “la inmigración, no solo en Paraguay, sino en todo el mundo, es positiva. Crea diversidad, enriquece la cultura y hace que todos los humanos seamos más inclusivos. Los inmigrantes, tanto coreanos como de otras nacionalidades, están contribuyendo al desarrollo del país. Creo que hoy son un pilar económico muy importante que colabora con el engrandecimiento del Paraguay”.
El legado de aquellos pioneros que se aventuraron, hace 53 años, a dejar su tierra e irse a vivir a un país desconocido y lejano se ve y se siente en la sociedad paraguaya. Aquella difícil decisión de los inmigrantes tuvo como resultado el progreso de sus descendientes y el enriquecimiento de nuestra cultura. Gracias por venir.
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