Por primera vez en mucho tiempo, un grupo grande de artistas y ciudadanos acudieron en la tarde del sábado a manifestarse frente al Panteón de los Héroes, para celebrar los dos premios Oso de Plata obtenidos por la película paraguaya Las herederas, del cineasta Marcelo Martinessi, en el prestigioso Festival de Cine Internacional de Berlín, Alemania, conocido como la Berlinale, en un ritual que generalmente solo ocurría cuando la Selección Paraguaya de fútbol ganaba un importante partido en algún campeonato mundial.
Lo mismo pasó en la mañana de ayer, cuando la llegada de dos de las actrices protagonistas y del productor de la película fue celebrada por una multitud que acudió a esperarlos en el aeropuerto, en una manifestación que habitualmente solo se concede a los futbolistas tras alguna hazaña deportiva internacional, o cuando algún cantante famoso visita nuestro país para brindar conciertos.
El triunfo de la película de Martinessi se suma a los logros obtenidos por anteriores películas, como Hamaca paraguaya, de Paz Encina; o Siete cajas, de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori, en otros importantes festivales internacionales como los de Cannes y San Sebastián. El logro es muy significativo, principalmente teniendo en cuenta que el Paraguay sigue siendo uno de los países más rezagados en producción cinematográfica, principalmente por la falta de una política estatal de apoyo a la producción audiovisual, por el escaso o casi nulo interés de las autoridades y los dirigentes políticos, principalmente de los legisladores, que siguen postergando la aprobación de la reclamada ley de fomento del audiovisual o ley de cine, en el Congreso.
Desde que fue presentado en su última versión en marzo de 2016, el proyecto de ley que busca la creación de una institución que regule y apoye económicamente al cine nacional no ha merecido atención prioritaria de parte de los legisladores, enfrascados en rencillas internas y en campañas electorales. Ello lleva a que cada proyecto de película se siga haciendo a pulmón, con algún apoyo puntual de organismos estatales y entidades privadas, pero sin contar con los instrumentos jurídicos que se requieren –y con los que cuentan la mayoría de los demás países de la región–, como el fondo nacional del audiovisual paraguayo, con asignaciones anuales del Presupuesto General de la Nación y un impuesto al valor agregado cobrado a la importación de filmes, o el instituto nacional del audiovisual paraguayo, un ente del cine con su propio presupuesto para ofrecer fondos por concurso a los proyectos presentados.
Resulta hipócrita leer que muchos dirigentes políticos –actualmente de nuevo en campaña de votos– feliciten públicamente al cineasta Martinessi y a la actriz Ana Brun por los importante premios, cuando son los mismos que niegan respaldo a la producción cultural en general y al cine en particular. Es de esperar que, tras esta gran lección dada por los cineastas y artistas, se pongan las pilas y aprueben cuanto antes la necesaria y reclamada ley de cine.