24 jun. 2025

OPINIÓN PÚBLICA

El arma del asesino
Además del dolor por las pérdidas que seguimos llorando después de la masacre del 1 de agosto de 2004, nos queda mucho por analizar sobre los hechos que se sucedieron en todo este tiempo, cosa no fácil, pero desafiante, sobre todo cuando el camino está plagado de frustraciones e injusticias, pero por otra parte de esperanzas y de lucha.
Mucho hemos vivido y vivimos desde entonces; sucesivos obstáculos y puertas que se cierran generando horror y desamparo son nuestro signo inconfundible, el signo de las “víctimas del Ycuá” (como muchos nos llaman), de esas que siguen en las calles clamando justicia, inundando con sus voces y no dejando dormir a quienes tienen razones para ello.
Siempre me pregunto: ¿Qué será que piensan cuando nos ven gritando, manifestando nuestra rebeldía ante este sistema judicial? Algunos –y ojalá sean los pocos– piensan quizá: “Mejor que ya se olviden, ya todo pasó, Dios quiso que así sea, deberían rezar y calmarse”. O mejor: "¡Qué gente violenta! Lo único que saben es protestar, en vez de negociar y quedarse todos tranquilos”.
Otros quizá –y con la esperanza de que sean la mayoría–: "¡¡¡Qué gente que lucha y no se entrega!!! ¡¡¡Qué dignidad más grande y coraje tienen!!!”.
Cuesta creer –y nos negamos a imaginar siquiera– que después de haber vivido aquel infierno, aquellas escenas de horror que mostraban cientos de cuerpos apilonados, calcinados, achicharrados, sin poder salir de esa caja mortal, montada tramposamente con lucecitas, ladrillos de vidrio gruesísimos y puertas cerradas, todavía queden dudas en algunos de que: lo que nunca haremos las víctimas del Ycuá es negociar por nuestros muertos.
Por eso mismo nos cuesta creer e imaginarnos que a empresarios serios de este país se les pueda siquiera cruzar por la mente “negociar” con los responsables directos, ¡¡¡acusados por la muerte de 400 personas y a las puertas del juicio oral!!! Más allá de que constituya un negocio redondo por la situación en la que se encuentre, cualquier bien comprado a los Paiva, y más aún si se trata de un supermercado, ¡¡es como comprar el arma del asesino!!, que sigue llevando su marca, a pesar de que le cambien el nombre, el jardín y el color de las paredes. ¿Quién se mancharía de esta manera? ¿Por qué sumarse a la fila y arriesgarse a colocar su apellido al lado de los asesinos? Comprar cualquiera de los “súper Ycuá de los Paiva” es como ayudar a cargar las causas y los efectos que el hecho conlleva en sí mismo.
Pero, está demostrado, el incendio en el Ycuá Bolaños no es un hecho descolgado, un mero accidente, un fenómeno natural e inevitable. El incendio en el Ycuá es la muestra fiel de la consecuencia de un sistema que se ha venido instalando desde hace años en este país, que ha venido socavando el ser de este pueblo, que ha venido alimentando el poder de los pocos que solo piensan en el lucro, en la acumulación personal de riquezas, pisoteando, matando o desapareciendo a quien o a quienes se interpongan en su camino.
El incendio del Ycuá tiene un antes y un después, con instituciones organizadas para responder a los intereses de esa minoría, habilitando el local sin las mínimas condiciones de seguridad y asegurando la defensa e impunidad de los responsables en el después.
Creo que solo esto permite explicar y entender por qué, a pesar de todo, todavía hay quien se anima a comprar el arma del asesino, que mató 400 proyectos de vida, dejó 204 huérfanos del amor y el amparo de sus padres, y 500 sobrevivientes con cicatrices imborrables.
Y también solo esto permite explicar y entender que esta gran mayoría, que somos las “víctimas del Ycuá”, seguimos y seguiremos luchando para recuperar la justicia, para hacer que las instituciones protejan y defiendan el derecho a la vida.
Liz Torres

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Juicio a Stroessner
Comparto un fragmento y en texto de abajo (*) el Tercer Manifiesto de los Historiadores en el Juicio de la Historia a Augusto Pinochet y el régimen por él impuesto en la República de Chile. Material que fuera redistribuido por la Red Solidaria por los Derechos Humanos (REDH).
La transición a la democracia chilena, negociada sobre la base de altas cuotas de inmunidad e impunidad, produjo un atraso evidente en la instauración plena de la justicia, reclamo primordial de las organizaciones de derechos humanos, sociales, culturales para lograr el juicio y castigo a todos los culpables.
Con el criterio de ir avanzando por etapas, se instalaron, no simultáneamente, dos comisiones de verdad, justicia y reconciliación, que fueron marcando la magnitud del horror, aunque siempre en forma parcial, siempre en forma preliminar, sin que pudieran llegar plenamente a manos de una Justicia activa sus resultados. Estas comisiones, de hecho, se instalaron como una instancia de “justicia transicional”.
Años después, y de la mano de órganos judiciales internacionales (Garzón, España), como también de varios estados que dejaron de cubrir a su perro de caza (Gran Bretaña, Estados Unidos), la Justicia chilena eleva a juicio, en escamas, a los principales represores del régimen pinochetista, pero el dictador finalmente muere en pleno proceso, muere impune.
Casi se torna en una constante, en nuestros países de la transición, el hecho de que en materia de derechos humanos la Justicia no llega, no está preparada para poner en el banquillo a jefes de Estado, y cuando intenta llegar, siempre llega tarde.
Ante esta realidad, la sociedad civil chilena ha decidido romper con este muro de impunidad instalando en el debate social los Juicios de la Historia, que permiten enjuiciar a un represor, a un conjunto de represores –aun después de su muerte física–, al sistema que los engendró, a quienes en uso arbitrario del poder cometieron aberrantes crímenes de lesa humanidad, y que por el defecto sistémico de la Justicia ordinaria tardía, por un empujón de la biología, se fueron al otro mundo sin ser sentenciados como corresponde.
En nuestro país, Paraguay, el país de todas las impunidades, se han ido impunes Stroessner, Guanes Serrano, Fretes Dávalos y otras varias decenas de perfectos criminales de lesa humanidad.
Bueno sería pensar en instalar en nuestro Paraguay un Juicio de la Historia a Alfredo Stroessner y su sistema, habida cuenta de que para la Justicia ordinaria éstos ya no cuentan ni contarán, aunque la población deba padecer a diario su herencia, sus consecuencias, que de no enjuiciarlas, perdurarán por varias décadas más, pudriendo todo lo existente, corrompiendo hasta lo que vendrá y hoy todavía no existe.
Federico Tatter
Tercer Manifiesto de los Historiadores (*)

¿Qué es el Juicio de la Historia?
Ante la muerte de Augusto Pinochet, numerosas personalidades públicas y medios de comunicación han declarado que la evaluación definitiva de su persona y su dictadura la hará el Juicio de la Historia.
La mayoría de los seguidores de Pinochet, por ejemplo, piensan que ese juicio debe basarse en el óptimo estado actual de la economía chilena, lo que prueba la grandeza de su obra. Para la mayoría de sus víctimas y detractores, en cambio, ese juicio no puede sino fundarse en los crímenes, robos y abusos perpetrados por su dictadura, lo que prueba el origen deleznable del sistema que dejó en herencia.
Lo que resulta evidente es que su dictadura dividió una vez más a la sociedad chilena en ganadores (beneficiados por ella) y perdedores (las víctimas y los perjudicados por el mercado). También es evidente que el Juicio Histórico posterior a eso no puede sino estar dividido. ¿Puede el Juicio de la Historia escindirse en perspectivas contrapuestas? ¿Puede ser un factor que reproduce el conflicto? ¿Qué es y cómo debe ser un real y legítimo Juicio de la Historia?...