Entre las decenas de opiniones que provocó el debut del parlasuriano compatriota de nombre Neri Olmedo, rescaté una que apuntaba al trasfondo moral de la conducta de esta persona, quien evidentemente no sabe para qué fue elegida, ni en qué consiste la institución de la cual ahora forma parte.
Y es que alguien apuntó a la deshonestidad de Olmedo al indicar cómo este hombre aceptó candidatarse para un cargo de representación, sin tener la más pálida idea de qué se trata este, ni haberse tomado el tiempo de por lo menos googlear sobre la materia, y así darse por enterado.
Es lo mínimo que se esperaría de alguien que efectivamente acepta postularse para un cargo electivo, porque tiene la intención de servir, desempeñarse bien y beneficiar a su país. Pero estas motivaciones –por lo que dijo el propio Olmedo– no son las suyas.
Su caso es el de muchos que han llegado a ser parte de las bancas del Congreso y ocupado direcciones en otras dependencias del Estado, gracias a que ingresaron a la política por la distorsionada senda por la que puede entrar todo aquel que reúna determinada suma de dinero y pagar su participación.
Estamos hablando de la vía en la que pesa más el dinero, que los méritos y la capacidad del postulante, y en la que los prontuarios y pecados simplemente se difuminan.
Por encima de sentirnos avergonzados por enviar a un representante tan ignorante de sus nuevas funciones y con serias limitaciones idiomáticas y de formación para desenvolverse en una institución de composición regional, la historia de Olmedo deja un sabor amargo porque nos demuestra cuán profunda es la descomposición de la actividad política en Paraguay.
Es el ejemplo contundente del deterioro institucional de los partidos políticos, que ya no promueven a sus mejores hombres y mujeres, ni se preocupan de formar a sus cuadros dirigenciales, sino que vaciados de valores, actúan como gavillas recaudadoras y con fines meramente electoralistas.
La irrupción tan caricaturezca de Olmedo también motivó diversos análisis sobre el Parlasur. Afortunadamente.
Nacieron cientos de preguntas respecto al aporte y la relevancia de este organismo al que, salvo Paraguay y Argentina, los demás países del Mercosur simplemente envían a los parlamentarios activos elegidos por sus pares del Poder Legislativo. No en comicios directos y populares.
Pero también ha activado el interés sobre el tema para que se tome conciencia de lo que nos cuesta a los “ciudadanos comunes” –como diría el diputado Carlos Portillo– sostener a 18 parlasurianos que representan al Paraguay en un órgano que sesiona una vez al mes, en Montevideo.
Cada uno cobra 32.500.000 guaraníes mensuales y las resoluciones que adopta el Parlasur no tienen incidencia alguna. Ni siquiera son vinculantes. La conclusión sobre su relevancia es obvia.
Olmedo fue deshonesto, sin duda, al iniciar su carrera política como lo hizo. Pero tanto o más lo fueron los dirigentes del Partido Liberal Radical Auténtico que le abrieron las puertas cobrándole la entrada (el pase) para llegar donde hoy nos avergüenza que esté.
Así demuestran tener escasa institucionalidad, un absoluto desprecio y falta de respeto a la sociedad, además de cero patriotismo y ninguna proyección hacia una democracia de calidad.