17 feb. 2025

Navidad: Centro de la historia

El cristianismo es un hecho. Esta afirmación, categórica, sin condicionamientos, nos da cuenta de la razonabilidad que esto comunica al aparente sinsentido de la realidad en su conjunto. La historia del mundo ha dejado de ser, por ese acontecimiento –en versos del Macbeth de Shakespeare–, un cuento contado por un idiota, lleno de sonido y de furia, pero carente de significado. Adviértase, sin embargo, que cuando decimos razonabilidad no nos referimos a una teoría explicatoria de las cosas o mera especulación filosófica acerca del sentido de las mismas, sino una realidad, un acontecimiento existencial, vivo que nos hace ver –develar– todo: las cosas, la realidad política, social, el drama de nuestra vida, nuestro destino. Por eso es un hecho, algo conectado con lo real, parte activa con los aconteceres que nos rodean.

¿Pero en qué consiste ese hecho? En Cristo que se encarna; el Verbo encarnado, el Todo que se hace historia; principio y fin de las dimensiones materiales e inmateriales, afectivas o emocionales, intelectuales o morales. Principio no solo en el sentido temporal –los antiguos no tenían la noción lineal, de comienzo y fin, sino circular del tiempo– sino también principio ontológico; el hecho de que las cosas no están ahí casualmente, arrojadas en la inmensidad de los espacios infinitos por el capricho arbitrario de una parca ciega. El tiempo y las cosas del tiempo poseen un comienzo y un fin, un sentido y un destino: la comedia del idiota ha dejado paso al drama del hombre y su fidelidad al misterio de Cristo.

Así el drama cristiano es el drama humano, pues Cristo aparece como centro del todo que ha sido hecho en su virtud: se ha hecho de la nada y por eso nada posee sentido sin Él. Ese era el esperado hecho de los profetas de Israel, pero también el deseo íntimo del corazón de Platón en el Teeteto que barajaba la posibilidad de una revelación que diera luz a lo efímero de la existencia. La Navidad por eso es el tiempo de ese acontecimiento, un tiempo que, como tal, sigue actuando; en la perennidad de un presente.

Si el hecho de la Encarnación –la Navidad, el Dios que se hace humano– se sitúa históricamente, es fechado, su Presencia es continua; Cristo continúa en la historia, es parte de nuestra historia. Por eso el cristianismo no es mera moral o proyecto político teórico: es algo que interesa a nuestra vida; una experiencia que la hace más humana, un apetito de ser irrefrenable que comparte la fatiga y el destino del ser humano. Este es el “cristianismo al aire libre”, una suerte de fe “sin patria” de que nos hablaba Mounier como la experiencia de Cristo total, no una fe “a la carta” para aceptar solo lo que nos conviene: válida solamente si llena las expectativas de nuestros proyectos políticos o de vida.

Navidad por eso es no sólo relevante –vital– para nuestro caminar pues tiene que ver con nuestra felicidad, ese drama existencial de asumir nuestra humanidad para la labor empresarial y política. El no darnos cuenta de la continuidad presente de éste hecho, es pretender construir nuestro mundo en la ilusión de un cambio ético sin Cristo, o bien construirlo confiando solo en el poder. En ambos casos será una huida de la realidad, una serie de oportunidades perdidas, como dijera la recientemente fallecida Oriana Fallaci. Ojalá esta Navidad sea un tiempo de encuentro con ese Hecho del drama de nuestro destino.

Mario Ramos-Reyes, Ph D