Revista Pausa
Miss Bolivia: "Un pueblo que baila es más difícil de dominar"
Musicalmente ecléctica y políticamente incorrecta, la cantante argentina María Paz Ferreyra, conocida como Miss Bolivia, conversó con Pausa antes del show que presentó el sábado pasado en el Cosquín Rock Paraguay.
Paz Ferreyra vivía en la calle Bolivia en el barrio La Paternal, de Buenos Aires, cuando comenzó a escribir canciones. La fórmula de Miss Bolivia conjuga lo yanqui y lo sudaca y, como todo en la obra de Paz, esconde un mensaje político. Pero las letras de sus canciones no se quedan en un cuestionamiento a los concursos de belleza hegemónica. Su frase: “A la gilada ni cabida” recorre carteles, consignas y tatuajes de sus fans en todo el mundo.
“Siempre, como la fusión de distintas narrativas, así como la mezcla de estilos; por ejemplo, lo urbano y lo autóctono, lo folclórico más originario y lo digital, la puesta en diálogo de distintas narrativas dentro de lo musical tiene mucho que ver con el uso de una palabra anglosajona Miss, y una palabra que denota Cono Sur, el ser sudaca. Eso se traduce también en el tablero de ajedrez de lo estilístico”, cuenta a Pausa Miss Bolivia.
Estudió Psicología en la Universidad de Buenos Aires, carrera que ejerció durante 10 años, hasta que decidió abocarse a la música. Además de compositora, DJ, productora y activista, Miss Bolivia es también la persona que cambió el guión de la cumbia. Lleva 12 años trascendiendo en la escena musical argentina con el hip hop, el reggae y otros ritmos latinos.
Con su lírica incendiaria y comprometida hizo bailar al público paraguayo con temas de su disco Pantera como Bien warrior, Soy, El paso y Gente que no en la segunda edición del Cosquín Rock Paraguay. Cuando introdujo la última canción de la noche, Paren de matarnos, encendió el espacio alternativo con el cántico: “Che rete che mba’e” (mi cuerpo es mío, en guaraní), al ritmo de un baile plural y disidente.
El arte contestatario de Miss Bolivia busca que la gente reflexione en torno a temas como la violencia de género, el cuidado de los recursos naturales, los derechos de todas las personas y el baile como un proceso de sanación individual y colectivo. Su práctica artística se orienta hacia la inclusión y la tolerancia; una de sus reivindicaciones personales es el cupo femenino en festivales de música.
Actualmente, se encuentra componiendo un nuevo disco, Bestia, que va a salir el año que viene. Según explica, Bestia es como un semidiós o Frankenstein que tiene la capacidad de reconocer al otro.
¿Por qué es importante bailar?
—Un pueblo que baila es más difícil de dominar. El sistema y las diferentes formas de dominación, históricamente, han tratado de atentar contra las formas de expresión cultural, como son los bailes o la música originaria, y creo que cuando se baila y se reconecta de esta manera, se recupera la conexión con la raíz y el pueblo; las personas y sus formas de expresión se vuelven más poderosas, potentes y más difíciles de quebrar.
¿Considerás que el perreo es político?
—Yo creo que todo es político, para empezar. El baile es político y el perreo también, por supuesto. Son formas de transitar el cuerpo, el movimiento y el baile como ritual colectivo para empoderarse, hacerse resiliente, conectarse con la tierra, con los demás y con nosotras mismas. Es interesante la transformación que sufrió tu lenguaje, porque vos venís de la academia, pero Miss Bolivia habla de frente y sin tapujos.
¿Qué ventajas tiene hablar directo y escribir tus canciones en ese registro?
—En estos 12 años fui como deconstruyendo y reconstruyendo y reescribiendo y atravesando distintas fases de lo que es el lenguaje, la oralidad. Creo que en los textos de Miss Bolivia se fue dando un proceso para llegar hasta lo que yo identifico con un estilo que tiene que ver con desornamentar lingüísticamente. Hablar menos para decir más e ir al hueso. Muchas veces el mensaje que intento transmitir, los relatos que quiero desplegar tienen que ver con retirar quizás un poco de metáfora y de recurso ornamental poético para desnudar un poco y conformar una daga, una katana, un latigazo discursivo. Desornamentar fue y es un gesto político, como también es generar accesibilidad, que no haya tantas dudas.
¿Cuáles son algunas consignas que te gusta transmitir a través de la música?
—En principio, estaría bueno pensar en los feminismos, porque también en Paraguay el movimiento está diversificado en su interior. Yo no pensaría en el feminismo como un tótem, como una cosa hegemónica, sino como una red de movimientos que son distintos en el interior. Además, dialogan y construyen entre sí a partir de las diferencias, con un abordaje crítico de la realidad que busca ecualizar una situación desigual de derechos y oportunidades o de injusticias sociales. Para mí es superimportante llegar a transmitir la consigna de Ni una menos que habla de velar por la recuperación de la autodeterminación de nuestros cuerpos y derechos individuales. Algunos son: la lucha por el aborto legal, seguro y gratuito, y el apoyo al proyecto de ley de cupo que busca más presencia femenina y disidente en los escenarios, visibilizando a la industria musical como heteropatriarcal, al igual que muchas otras. Entonces, para mí es fundamental transmitir un pedido de tolerancia, de apertura hacia estas cosmovisiones que no son tan nuevas, pero sí justas, urgentes y necesarias.
¿Cómo te parece que se pueden insertar temas fundamentales desde lo popular como la cumbia, el reguetón o el trap?
—Creo que es importante deconstruir lo que muchas veces estos tipos de estilos han transmitido, ¿no? En varias ocasiones estos estilos fueron misóginos, machistas, objetualizadores hacia el cuerpo de la mujer y pensaron en una mujer-objeto desubjetivizándola. Entonces, para mí es un desafío y es también como el que ríe último ríe mejor. Reapropiarme de estos mismos estilos para revertir esta carga tóxica y repoblar los patrones musicales con nuevos textos. Esto se puede, está buenísimo, es divertido, también me urge hacerlo. Los ritmos que yo elijo poblar musicalmente son mántricos con un pulso originario latinoamericano que marca el ritmo de un montón de reivindicaciones, ya que la lucha musicalizada es mucho mejor. La cumbia tiene un privilegio enorme: es un gran vehículo de relatos populares.
Pienso en el trap como un género que iba de los márgenes al núcleo, como diría Gramsci. ¿Creés que esto sucede con otros géneros musicales?
—Yo soy una gran consumidora del trap. No hago trap, sí coqueteo, y en mi próximo disco habrá alguna colaboración. Pero lo escucho muchísimo y creo que las dinámicas son muy similares, y ha pasado lo mismo con la cumbia, con el hip hop, que también son relatos populares, marginales, que luego ingresan a la pista de baile y van al club.
¿Cuál de tus canciones es tu favorita?
—¡Ay! ¡Qué injusta esa pregunta! Voy cambiando, tengo mis momentos. Una de mis favoritas se llama Soy y es una colaboración con Liliana Herrero, una cantora de folclore y de música popular de mi país. Es como un currículum vitae de lo que es Miss Bolivia.
¿Qué es lo que más te gusta escuchar o bailar?
—Me encanta todo, soy muy promiscua musicalmente. La verdad, escucho mucho trap, mucha cumbia. Me encanta un estilo que se llama lo-fi hip hop. Hay radios de esto gratuitas en YouTube siempre. Me gusta la música tranquila en casa. Después también escucho cumbia a todo lo que da en mi living, pero, en general, soy de escuchar música más chill-out.
¿Te parece que existen bandas que hoy están marcando un cambio de paradigma con relación a la manera en que veníamos interpretando a estos géneros?
—Sí, yo creo que Chocolate Remix, por ejemplo, es un gran aporte dentro del reguetón. Ella pobló con estos contenidos ultradisruptivos y disidentes un género históricamente muy infecto de patriarcado; es superimportante. También pasa en el neoperreo, estas nuevas oleadas más lo-fi de reguetón como con Tomasa del Real, Mi$$iL o Ms. Nina, que son exponentes importantes y también están hablando desde un lugar de mujer-sujeto. Es un cambio paradigmático importantísimo.
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