Lo más grave es, no obstante, que también haya seguido el mismo ejemplo el presidente paraguayo, Mario Abdo Benítez, quien protagonizó un abrazo con su par brasileño sin usar tapabocas ni cumplir otras disposiciones establecidas en las propias leyes que él ha firmado, que sí se imponen a la ciudadanía.
Aunque el presidente Abdo luego ha tratado de justificar las críticas que le han llovido, asegurando que continúa “invicto” ante el coronavirus tras una decena de hisopados negativos, el problema está en el pésimo ejemplo que se da a la población, cuando se encuentra en plena vigencia una ley de uso obligatorio de la mascarilla; y en momentos en que las autoridades sanitarias alertan de una nueva peligrosa escalada de contagios y muertes, ante el relajo de una mayoría.
Más allá de esta grave deficiencia en lo formal, el encuentro entre Bolsonaro y Abdo Benítez tuvo un trasfondo aún más delicado, cuando se evitó hablar de la renegociación del Anexo C del Tratado de Itaipú, y el presidente del Brasil decidió suspender abruptamente la declaración conjunta que estaba prevista en la agenda oficial, retornando a Brasilia tras una reunión en privado de ambos mandatarios.
De este modo, la percepción del mensaje es que sigue siendo el Brasil el que impone la agenda bilateral, mientras el Gobierno paraguayo mantiene una actitud claudicante en los temas energéticos, profundizando aún más los temores instalados en la ciudadanía de que se concedan más beneficios en contra de los intereses de nuestro país, tal como ha sucedido durante las negociaciones secretas de aquella polémica acta bilateral sobre la compra de potencia de Itaipú, en mayo de 2019.
El presunto “casamiento perfecto”, como ha calificado el presidente Bolsonaro a la relación del Brasil con nuestro país, no sirve de mucho si el Gobierno paraguayo no da señales de defender a cabalidad los intereses nacionales.
En el encuentro de Foz de Yguazú se ha perdido una excelente oportunidad de mostrar una actitud más firme y enérgica ante una cuestión que interesa al futuro del país. La desconfianza de que se sigan cediendo posiciones estratégicas sobre el uso y el costo de la energía, en favor del poderoso país vecino, continúa siendo grande.
El “casamiento perfecto” no debe ser una relación en que solo uno imponga las reglas y el otro las acepte dócilmente, como ha sido tradicional durante mucho tiempo.
La proclamada generosidad brasileña, de ayudar a construir dos nuevos puentes internacionales, resulta dudosa mientras no existan garantías de que se respetará la soberanía energética paraguaya en la gran obra hidroeléctrica compartida.