19 abr. 2024

Marito y el riesgo de la repetición cansina de sí mismo

Estela Ruiz Díaz @Estelaruizdiaz

El destino político del presidente Mario Abdo Benítez parece estar atado al destino de Horacio Cartes y Darío Messer. No por el azar de la vida, sino fruto de sus propias debilidades o confusión de rumbos.

El año pasado, a días de cumplir 1 año de su mandato, casi fue al cadalso del juicio político que vaticinaba una casi segura destitución tras la firma de un acta secreta de Itaipú que fue considerada una traición a la patria. Entonces, el ex presidente Cartes fue su verdugo, pero también su salvador: El 31 de julio a la noche dio el ok para enjuiciarlo. No hubo certezas, pero las noticias desde el Brasil pesaron para el cambiazo de agenda: el doleiro de los doleiros y su amigo del alma fue finalmente capturado en San Pablo, tras un año de estar prófugo recorriendo estancias paraguayas, protegido por el Gobierno de entonces, justo el día en que Honor Colorado decidió soltar la mano al presidente colorado.

Al día siguiente, el 1 de agosto, Brasil anuló la famosa acta secreta de Itaipú y Cartes decidió sorpresivamente desactivar el juicio político sin avisar siquiera a su bancada. Entonces sobrevolaron sospechas de que su giro violento tuvo que ver con poderes exógenos más que lealtades partidarias. Además de Brasil, EEUU jugó fuerte para evitar la destitución presidencial.

El hecho demostró que con la intervención extranjera, Paraguay sigue siendo una democracia tutelada y que el presidente se vio obligado a cohabitar con Cartes para salvar su cabeza.

Marito no se recuperó más desde entonces.

2020. Un año después, el destino volvió a cruzarse en la vida de los tres. Cartes y Marito blanquearon su relación bajo el título de la Operación Cicatriz, mostrándose juntos a fines de julio. Casualmente y luego de un año de estar preso, Messer empezó a “cantar”, detallando su vida en Paraguay, que empezó a complicarse apenas finalizó el gobierno cartista. Habló de su relación con el ex presidente, sus privilegios durante su gobierno y sus relaciones con cambistas paraguayos y brasileños, y sobre todo, cómo pudo sortear la “búsqueda policial” gracias a los documentos falsos, ayudas peliculescas y mucho dinero. Dicen que es apenas el inicio y no se sabe hasta dónde irán sus revelaciones que, a pesar de realizarse en el marco de la delación premiada, irá 18 años a la cárcel, lo cual revela la dimensión de sus delitos.

La Operación Cicatriz, sin dudas, tiene dos objetivos fundamentales y nada más: el presidente de la República necesita de Cartes para evitar el juicio político y llegar al 2023 aunque sea arañando las paredes, y el ex presidente necesita del calor del poder porque el blindaje del dinero no tiene tanta influencia más allá de las fronteras nacionales.

DOS AÑOS. Mario Abdo no tuvo tarea fácil desde que asumió. No solo la naturaleza se ensañó con su mandato: desde sequías, inundaciones e incendios forestales hasta crisis económica regional; y ahora la pandemia del coronavirus que pone de rodillas al mundo. Es decir, su gestión fue golpeada por problemas exógenos, que exigieron esfuerzos extraordinarios. Y al igual que el Estado, cuya ineficacia, corrupción y debilidad institucional quedaron al desnudo con la epidemia, la crisis también potenció las debilidades del presidente: está pagando con creces su falta de liderazgo porque no supo construir poder siquiera dentro de su bancada, no tendió puentes con la oposición con agendas claves y claras, y se desconectó de la sociedad.

A diferencia del primer año, cuando enumeraba los logros en la lucha contra el narcotráfico o prometía renovadas esperanzas en una nueva Justicia ante una sociedad que lo toleraba con benevolencia, esperando que los errores se subsanen con la adquisición de experiencia en el poder, hoy los números se cuentan en negativo: la escalada de la deuda externa que ya trepó a más de 10 mil millones de dólares (30% del PIB), la escalada de los fallecidos por el coronavirus, los cada vez más numerosos contagiados que amenazan con colapsar el sistema de salud pública, la escalada de las sospechas de corrupción y la sensación de impunidad que corroe hasta lo poco que se hace bien.

El panorama que se viene es peor. Las crisiss sanitaria y económica se profundizarán, escenario propicio para inestabilidades políticas y surgimiento de potenciales liderazgos mesiánicos.

El apellido de Marito ya es debilidad.

Si no sale de su burbuja, si se sigue resistiendo a cambiar a los ministros más cuestionados por infantiles razones emocionales, si no mira más allá de su partido, si no entiende que de esta crisis solo se sale colectivamente, entonces su gobierno continuará cuesta abajo, envejeciendo prematuramente cuando aún no ha cumplido siquiera la mitad de su mandato.

Ayer dijo que su legado es unir a los paraguayos, con integridad, honestidad e institucionalidad. Palabras huecas que necesitan llenarse con la realidad de los hechos y que no lo logrará si sigue con sus mismos capitanes y cegado por su bandera colorada.

Para ello, debe salir del cerrado círculo que lo tiene maniatado a Cartes, y quien sabe por qué designios misteriosos, también a Darío Messer, que se cruza casualmente en momentos políticos claves.

Así como la lucha contra el Covid-19 exige compromiso individual para lograr la salvación colectiva; lo mismo sucede con el Gobierno, que requiere liderazgo presidencial para sobreponer al país de sus lastres atávicos y emerger, con el menos daño posible, de esta tormenta, juntando fuerzas de un pacto político y social para enfrentar la catástrofe pospandemia que ya se siente.

Para ello, necesita sacudirse para evitar que cada año de su gobierno no sea un simple déjà vu de oportunidades perdidas por debilidades no superadas.

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