Los dirigentes de la oposición aprendieron modales delicados para contestar, pero no logran disimular la carencia de respuestas que, a trescientos cincuenta y siete días de las elecciones, se merecen los electores sensatos.
A más de la evidencia de carecer de proyecto común sobre la totalidad de los temas que hacen al desafío de gobernar, no pueden sino ir “empujando con la barriga”, para más adelante, el problemón causado por la aparición de la candidatura carismática de monseñor Fernando Lugo.
Los últimos “entendimientos”, en realidad, no fueron tales. Todavía no tienen la menor idea política y legalmente hábiles para viabilizar la concertación. Menos aún cómo sortearán la ineludible condición de obispo católico que pesará con todas sus consecuencias inhabilitantes en caso que monseñor sea candidato.
La postergación para octubre de la decisión de cómo elegir “chapa” presidencial, la supuesta elaboración colectiva del programa de gobierno y la decidida campaña de competencia con la candidatura del obispo por parte de Carlos Mateo Balmelli, son apenas algunas de las puntas visibles del iceberg, que hierve por dentro en la multitud de personas y organizaciones con mínima identidad y entendimiento, que constituye todo eso que no es lo que con imprecisión llaman “el oficialismo”.
Para disimular el vacío, llenan el escenario mediático juntando firmas irrelevantes contra Galaverna, desempolvan lamentables informes al comisario Cantero o promueven juicios políticos atolondrados. En suma, nada importante.
El mismo Fernando Lugo, vórtice de la tormenta de frustraciones de la política tradicional, apenas recuperó algún espacio noticiero porque chocó su viejo Mercedes, con mejor suerte que el senador Morínigo, tal vez porque, pese a su indisciplina religiosa, cuenta con mejor favor de Dios o no le cayeron encima las solicitudes de manifestación divina que invocó Magdaleno Silva contra el senador que lo molesta en su territorio.
Aunque en público digan que todo va bien, que “se va ganando confianza entre todos” y que las bases están siendo consultadas, en la intimidad los dirigentes partidarios confiesan que la concertación está pegada con moco. Las contradicciones y diferencias en su interior son de magnitud descomunal y no puede ser de otra manera porque, –como decía con humor el finado doctor Paciello–, se juntaron desde carmelitas descalzas hasta troskistas de izquierda.
No hay razón para negar la posibilidad de que sean superadas todas las diferencias o se metan bajo la alfombra para después, pero la manera en que están buscando hacerlo no parece suficiente para llegar a tiempo, en condiciones competitivas aceptables, a las elecciones del 20 de abril de 2008. Son demasiadas las cosas que hay que hacer para lograr los resultados que se necesitarán para vencer a los colorados. Por ejemplo, inscribir a los miles de electores que deben salir de su indiferencia para votar la buena nueva concertada, lo que debe hacerse en el plazo que se han fijado para resolver si la tal novedad concursará o no. Tal vez por eso, en la tradicional práctica de los remiendos a la ley, Tekojoja pidió al Tribunal Superior de Justicia Electoral que inscriba automáticamente a cerca de un millón de ciudadanos en edad de votar, que no se han molestado ni parece que se molestarán en anotarse. Se supone que en ese millón de indiferentes se cifra gran parte de las esperanzas de los que opinan que con Lugo no solo moverán pisos, sino también montañas.
Mientras tanto, monseñor sigue practicando un estilo obispal de comunicación de sus ideas y voluntad: se lo escucha ambiguo, impreciso, elíptico y metafórico. Ese estilo puede ser bueno para predicar sobre altos misterios, pero en la política son mejores la precisión, la claridad y la coherencia, salvo que se discurra por el sendero de la demagogia.