Por Rubén Penayo
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Hoy viven quince mil personas en las riberas de los arroyos de Asunción, en su mayoría en condiciones más que precarias e infrahumanas, y otras cinco mil bajo las líneas de conducción de alta tensión de la ANDE, en el área metropolitana. La ocupación de los espacios más peligrosos o nocivos, ya sea para el ambiente o para los individuos, se ha venido dando por décadas, de manera irresponsable.
La primera tanda de migrantes rurales vino en la década de los ochenta, ya producto de la exclusión económica y social del campo, en la última fase de la dictadura stronista, mientras que el porcentaje más alto fue en la era posgolpe de Estado, y parte de ella se ubicó en los lugares señalados.
En el caso de las riberas, la normativa municipal –reformada en 1995– establece que en las “zonas de riesgo”, que comprende a los bordes de los arroyos, las familias pueden afincarse de manera provisoria, hasta por tres años, por “razones sociales” (fue una salida legislativa, a modo de parche, para los más pobres).
Sin embargo, hay gente que habita por más de quince años estos sitios y la vida fluye ahí entre un tendal de basura y caños cloacales –de propios y extraños–. La exposición a la insalubridad o a los desbordes climatológicos es constante. Ningún proyecto serio de reubicación ha sido planteado, salvo dentro el marco del plan piloto de la Franja Costera (que aparece cada vez más alejado).
En cuanto a las viviendas bajo los tendidos eléctricos de 220.000 voltios ocurre una situación similar de exposición diaria al peligro.
Un hilo conductor en ambos fenómenos es lo relativo a cómo esta gente llegó a situaciones límites. Sin duda, la promoción de utilizar las áreas como espacios permanentes para residir estuvo a cargo de los mercaderes de la pobreza, ya sean políticos o dirigentes sociales, que han visto en la desgracia ajena una oportunidad para apuntalar su propio poder.
Es el esquema clientelista que ha operado y lo sigue haciendo de manera incólume. Por las circunstancias, en esta ocasión hasta se la puede tildar de criminal.
En un país serio, con autoridades con visión y ciudadanía responsable, la planificación y consecuente ejecución es fundamental, más aun en temas tan sensibles como la vivienda, lo ambiental y el problema de fondo: la constante migración campo-ciudad ¡Salud!