28 mar. 2024

Los asesinos de Pecci

Al fiscal Marcelo Pecci lo asesinaron sicarios, alguien pagó por su ejecución; pero los responsables de su muerte son más que quienes dieron la orden o jalaron del gatillo; a Marcelo Pecci lo mató una colectividad, una masa indolente que permitió que los protectores, cómplices y a menudo artífices de este mundo del terror tomaran las riendas de la República.

Hay responsables penales de este crimen, pero también políticos y sociales. De alguna manera, todos matamos al fiscal.

Pecci cayó en la trinchera de una guerra desigual, murió siendo parte de un puñado corajudo y temerario que enfrenta a un enemigo gigantesco que está en todas partes, que tiene cómplices colegas de Pecci, que tiene representantes en el Congreso, que tiene jueces, policías y periodistas en su nómina. Es un mundo de pesadillas que no apareció de la noche a la mañana. Es producto de un largo proceso de degradación que se fue dando en nuestras narices, casi con nuestra complicidad.

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En el principio fue la marihuana. Era un buen negocio y para que funcionara solo había que comprar la ceguera y los silencios de policías y magistrados regionales, intendentes y concejales, algún diputado de la zona y puede que al gobernador. Las ganancias se convirtieron en estancias y en vehículos lujosos. Y los pleitos territoriales se dirimían a balazos. Pero, todo eso ocurría en la frontera. Los cuerpos recibían una sepultura anónima y ya.

Al negocio se le sumó la cocaína, infinitamente más lucrativa. Y los narcos se volvieron más temerarios. Ya no querían ocultarse. Primero financiaban las campañas de los políticos que luego se convertirían en sus protectores, después decidieron candidatarse ellos mismos. Por qué no hacerlo si su rubro no recibía condena social. Ser narco pasó a ser casi una cuestión de prestigio.

Finalmente, lo que convirtió al país de mero lugar de tránsito en un enclave fundamental para la mafia fueron las facilidades para lavar las ingentes cantidades de dinero que genera el negocio. El modelo lo habían diseñado en Brasil, principalmente para ocultar el origen de los fondos provenientes del pago de sobornos y de la evasión fiscal. El artífice principal es un tal Messer. La fórmula la replicaron con éxito en Paraguay. Es una lavadora fabulosa que puede blanquear recursos de cualquier origen, ya sea del contrabando de armas, de drogas, de whiskys o de cigarrillos.

La explosión del negocio de la venta ilegal de cigarrillos al Brasil requirió incrementar la capacidad de esta lavadora hasta límites inesperados y eso provocó la atracción de todo tipo de organizaciones criminales, desde las multinacionales brasileñas como el PCC hasta los fundamentalistas islámicos.

Mientras esto ocurría, el dinero de las mafias desbordaba las arcas de muchos políticos. Por todas partes surgían las candidaturas de narcos o de sus abogados o testaferros, bajo el conocimiento y a menudo el apoyo de los principales dirigentes partidarios. Bajo el argumento de que “nunca podemos conocer a todos”, les dejaron militar en sus filas. Se tomaron fotos con ellos, fueron invitados a sus fiestas privadas, les dieron identidad política, los blanquearon.

Y los electores también hicieron la vista gorda. Con el pañuelo al cuello y al son de la polca partidaria les regalaron sus votos. Les abrieron las puertas del Estado y el control de la República.

Están tan cebados que el asesinato de Pecci no provocó la menor reacción. El principal partido político del país y el más involucrado por llevar casi un siglo en el poder jamás se pronunció con respecto a todos sus afiliados procesados por narcos o bajo fuertes sospechas de serlo. Ni siquiera para cuidar las formas.

Todo aquel vinculado de alguna forma con el negocio narco o del lavado de dinero, con su protección o con el blanqueo político de sus operadores, o que haya votado o piense hacerlo a quienes toleran en sus filas a los narcos o a sus cómplices es también moralmente responsable del asesinato de Marcelo Pecci. Todos jalaron de ese gatillo.

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