Junto a la alegría de las celebraciones de fin de año suelen registrarse también episodios ingratos en los que, por lo general, intervienen una alta dosis de necedad humana. Los registros del Hospital del Trauma han contabilizado que en torno a la Navidad se han registrado 10 lesionados a causa de accidentes ocasionados por la explosión de petardos. Algunas de las víctimas han sufrido severos daños en las manos.
El informe también indicaba que los accidentes de tránsito, una vez más, han sido la causa de muertes y traumatismos con diversos grados de gravedad. Los de moto, como ya es habitual, han sido de nuevo parte de las amargas crónicas de la temporada. El rasgo común de los sucesos que se lamentan es la imprudencia.
Raras veces los informes periodísticos anotan episodios que se deben enteramente a casualidades imposibles de prever. Casi todos los casos tienen su causa en exposiciones al peligro que pudieron haber sido evitadas si es que de por medio estaba el uso de razón.
Muchos de los que asumen conductas temerarias al manipular petardos o armas de fuego creen que no les va a suceder nada, que si hay tragedias les va a alcanzar a otros. Después, sin una o varias vidas menos, con dedos descuartizados que desaparecen para siempre, con ojos que dejarán de conectarse con la luz de por vida, con piernas que ya nunca caminarán o un futuro en silla de ruedas, cualquier lamento ya es tardío.
Es inútil arrepentirse cuando alguien ya ocasionó un desastre en la ruta a causa de haber manejado con capacidad disminuida por el efecto del alcohol o cuando un padre expuso a su hijo ante un material explosivo que estalló de un modo inesperado.
Para no aguarse la fiesta ni aguarla a nadie, se impone la adopción de comportamientos que eviten la exposición a los peligros. Hay que considerar que siendo prudentes se garantiza la seguridad y que, con parámetros contrarios, se puede vivir momentos horribles. Es necesario tomar conciencia de que sin bombas que estallen en los cuatro puntos cardinales, sin choferes que toman el volante después de haber bebido, sin tiradores que disparan al aire pudiendo su bala perdida ocasionar la muerte de algún semejante, igual se puede disfrutar del Año Nuevo.
Aún cuando la responsabilidad personal y familiar tenga que ser el control, es necesario que la Policía Nacional, la Patrulla Caminera, los policías de tránsito de los municipios y la Fiscalía estén más que nunca alertas para evitar lo evitable. No tiene que haber contemplación con los que potencialmente pueden generar daño a personas y bienes de uso. Al instar a la ciudadanía a ser moderada y prudente, es oportuno insistir en que para la salud individual y colectiva siempre será mejor pecar de exceso de prudencia antes que de un desborde de permisividad con consecuencias lamentables.