Emilce vive en el barrio Virgen de Fátima, de la ciudad de Ñemby, Departamento Central. Tiene 24 años, es madre de cuatro niños y se desempeña como ayudante pisera desde hace tres años. Sus primeros pasos en el rubro los dio con su marido, Salvador Cañiza, contratista de obras.
En medio de su intensa labor, entre el polvo y la mezcla, Emilce hizo una pequeña pausa para recibir a Última Hora en una de las tantas obras que copan el eje corporativo sobre la avenida Aviadores del Chaco.
Desde adolescente se las tuvo que ingeniar para ganarse el pan. La maternidad tocó las puertas de su vida a muy temprana edad, pero no significó barrera alguna ni la hizo echarse atrás.
La joven madre relató que hace tiempo sus oficios se limitaban a la limpieza de hogares, cuidado de niños y algún que otro trabajo de costurera, sin encontrar ninguna labor con compensación económica suficiente.
Hace ocho años emprendió una vida con Salvador, su esposo, a quien por muchos años acompañó en obras de construcción, sin imaginar que un día ella encontraría en ese oficio el respaldo y buen trato que tanto buscaba. El puntapié inicial lo dio su hermana, Andrea, la primera en ir a trabajar como ayudante de obras.
La decisión fue muy bien acogida por su familia, que incluso la ayuda para el cuidado de sus hijos durante las horas de trabajo. Los pequeños quedan a cargo de la abuela, a unas pocas cuadras de su vivienda.
EL CAMBIO
Emilce relató que, al poco tiempo de arrancar, la diferencia con sus anteriores trabajos fue muy notoria. Lo principal se reflejó en el trato amable y respetuoso por parte de sus colegas hombres.
“Lo bueno es el trato de la gente, para empezar, los ingenieros y arquitectos que aceptan que trabajemos en una obra”, sostuvo. Entre lo más difícil, mencionó que aprender a hacerlo todo de cero fue un desafío que requirió de tiempo.
Con el paso de los años, aprendió el manejo de las herramientas esenciales para la labor y la medida justa para realizar la mezcla requerida para el ejercicio, alzar las pesadas cajas de pisos de porcelanato y adherir las baldosas estratégicamente a la superficie del suelo, así como subir y bajar piso por piso con bolsas de cemento y baldes de arena a cuestas.
“Trabajamos como cualquier hombre; no por ser mujeres nos dan las cosas más fáciles. Yo al menos hago de todo y no le tengo miedo al trabajo”, detalló.
Salvador, por su parte, comentó que, al igual que Emilce, un importante número de mujeres son contratadas para realizar este trabajo debido a la habilidad y pulcritud con que se desempeñan.
TOQUE FEMENINO
El llamado “toque femenino” es un tema que Emilce considera muy cuestionado por las personas que ven desde afuera el trabajo que realiza. Es un tabú que se encuentra aún muy arraigado en la sociedad actual y que ve a la mujer solamente en un trabajo “convencional”.
Criticó a las personas que juzgan a otras por su condición sexual, que fomentan la discriminación y cierran las puertas de un trabajo digno.
“Dicen que la mayoría de las que trabajan así son lesbianas. Y si es así, tampoco tiene mucho que ver, creo que tienen el mismo derecho de todos”, reflexionó.
VALORACIÓN DEL TRABAJO
En la construcción, la mano de obra está valuada en unos G. 120.000 y G.150.000 por día. Sin embargo, un maestro de obras puede llegar a percibir alrededor de G. 6 millones mensuales, según la cantidad de trabajo y el proyecto que tenga a su cargo.
Las estadísticas aún juegan en contra del salario de las mujeres. De acuerdo con los indicadores de empleo de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), el nivel promedio de ingreso mensual de las mujeres es de G.1.900.000, mientras que el de los hombres es de G. 2.608.000.