13 feb. 2025

La verdadera magia de la Navidad

Por Andrés Colmán Gutiérrez
andres@uhora.com.py
No dejará el mundo de girar. Tampoco va a cesar la muerte de doler, ni mucho menos va a dejar el Sol de alumbrar.
No vamos a pretender, amiga mía, levantarnos con la resaca amarga después de la farra de Nochebuena, abrir el diario con gestos aún somnolientos para encontrarnos con la sorpresa de que este 25 de diciembre no hubo una sola denuncia de corrupción, que la calle se quedó vacía de tristezas o que en una esquina la violencia se cansó de esperar.
No, querida amiga. Ningún viento fantástico va a llegar desde otros mundos a llevarse para siempre la estremecida soledad de tantos niños que piden monedas junto a los semáforos, ni borrará el rictus amargo de los cartoneros que recorren las calles desoladas de la ciudad, hurgando en medio de la basura para obtener algo que comer.
Ningún personaje de cuentos de hadas va a sobrevolar las periféricas villas del Bañado, derramando lluvias de felicidad sobre los precarios hogares de hule y cartón, por más que los spots comerciales navideños insistan en vendernos esa idea.
No, pequeña. No te puedo prometer que se va a terminar así nomás la miseria, ni que la milenaria angustia de nuestro pueblo se va a disipar como el rocío de la mañana.
Lo más probable es que al transponer la puerta estará –como siempre– acechando la injusticia.
¿Para qué engañarnos, querida mía?
No va a suceder absolutamente nada extraordinario. O quizás sí. Porque, verás... a pesar de todo el dolor y de toda la frustración cotidiana, a pesar de los engaños de los políticos y la traición de los gobernantes, a pesar de las ganas cada vez más pronunciadas de abandonar el país, a pesar del estrés y del cansancio, de los golpes profundos y las heridas secretas... alguien va a venir.
Sí. Alguien va a venir, como si nada, a dejarte una cálida expresión de cariño (un abrazo, un obsequio, un apretón de manos, una sonrisa...) y con palabras tan simples, tradicionales y sinceras, te va a decir:
– ¡Feliz Navidad!
Y entonces sí... entonces verás cómo se te va a desordenar la lógica. Y en ese preciso instante, desde muy adentro, el alma te hará la maravillosa revelación de que en todo este tiempo de angustias y desencantos, de mentiras y sobresaltos, de tormentas y raudales, de protestas populares y garroteadas, no hubo mala noticia capaz de asesinar nuestra ternura, ni politiqueros o delincuentes que pudieran resecar nuestra alegría.
Que estaremos aquí, rotos pero enteros, golpeados pero dignos, con las lágrimas y la risa aún vivas, levantando nuestras copas a la luz de las estrellas, convencidos de que mañana siempre, siempre, será otro día.
¿Por qué...? Pues porque uno descubre, amiga querida, que esa es la verdadera magia de la Navidad.
El milagro tan simple de que por encima de toda la aflicción y de toda la tristeza hay un Dios obstinado y siempre niño, que por nada del mundo quiere dejar de nacer entre los más humildes y desheredados de la tierra, ni dejar de estar presente hasta en las más pequeñas historias cotidianas.
Un Dios que nos dice, que nos asegura que él va a estar naciendo siempre –a contraviento, a contramuerte–, porque nada tiene tanto valor como la vida, ni nada es tan eterno como la esperanza.