Cuesta trabajo decir la verdad en el Paraguay de hoy. Lo que dicen las cúpulas de los dos partidos tradicionales para sus correligionarios es la palabra definitiva. Y esto hay que romperlo. Pongo dos ejemplos.
En el país donde vivimos toda ley a favor de los ricos se cumple a rajatabla y sin excusas. Paradójicamente, las leyes que tienden a favorecer a los empobrecidos, a los campesinos o indígenas, negligentemente acaban archivadas en un cajón.
Ahora lo mismo desde otro ángulo. Un robo de millones y millones realizado por alguien importante de los tres poderes lo ocultan compañeros poderosos “porque son chanchos de nuestro corral”. Ibáñez es el primero en dimitir. Pero no sabemos que nadie haya tenido que devolver lo que robó al Estado.
Por el contrario, “los pobres ladrones de gallinas” (sin la gallina) son rápidamente enviados a Tacumbú, donde esperarán años para saber cuándo comenzará su causa.
En este modo de actuar se están conculcando dos aspectos legales muy importantes.
Uno, el de la igualdad de las personas. Los Derechos Humanos en su artículo primero expresa que “todos nacemos iguales en dignidad y derechos”.
Queda claro que el ser rico o el ser pobre no debe de influir para el ejercicio de la Justicia.
Esto no se cumple porque somos uno de los países de mayor desigualdad social existentes en el mundo. Y esta desigualdad influye en un trato distinto en la Justicia.
Pero existe otro segundo aspecto también muy importante. Hay delitos que según las leyes prescriben con el tiempo. Existe, con ello, también un rasgo malamente asimilado a nuestra cultura de abandono, o desprecio de la “cosa pública”. La gallina robada al pobre se la quitan, pero los miles de millones robados por el rico, nunca se devuelven.
Afirmábamos que es difícil decir la verdad. Las cúpulas de los dos partidos nunca la aceptan. (Pa’i Oliva)