Por Robert Samuelson
WASHINGTON. La mayoría de los estadounidenses se considera “clase media”. Declararse clase media significa que uno ha triunfado sin jactarse abiertamente de ser superior, algo prohibido en la cultura democrática. Se es como todo el mundo, solo que un poquito más o un poquito menos.
No es sorprendente que una encuesta reciente realizada por el Economic Policy Institute (Instituto de Políticas Económicas), un comité asesor liberal, halle que solo 2 por ciento de los estadounidenses se consideran “clase alta” y un mero 8 por ciento se considera “clase baja”. La gran mayoría se clasifica como “clase media-alta” (17 por ciento) o “clase media” (45 por ciento). El resto (27 por ciento) se ve como “clase trabajadora”, un peldaño hacia la clase media.
Dado que la “clase media” no es realmente media –es una gran categoría borrosa–, describir cómo “esta” siente y piensa es generalmente un acto de simplificación, exageración e invención. Sin embargo, esto es rutina, pues los políticos y comentaristas quieren demostrar que comprenden las esperanzas y los miedos del día a día de la mayoría de los estadounidenses.
Hoy se dice que la clase media está enojada y ansiosa. Está preocupada sobre el empleo, el seguro de salud y los ingresos de jubilación. La encuesta del EPI explora estos descontentos. Hasta cierto punto, confirma la sabiduría convencional. Una de las preguntas requiere que los encuestados estén de acuerdo con una de las siguientes afirmaciones:
La mayoría de la gente hoy enfrenta incertidumbre sobre desempleo, ingresos estancos, cuotas de seguro de salud, impuestos y jubilación más altas, mientras que aquellos que se encuentran en la cima tienen ingresos crecientes e impuestos más bajos.
Nuestra economía enfrenta altos y bajos, pero la mayoría de las personas puede esperar una mejora, ver ingresos en alza, hallar buenos trabajos y poder proveer seguridad económica para sus familias.
Un abrumador 61 por ciento de los encuestados frente a 34 por ciento prefiere la primera afirmación. No les gustan las compañías de petróleo (66 por ciento frente a 13 por ciento), las compañías farmacéuticas (49 por ciento frente a 25 por ciento) ni los presidentes corporativos (35 por ciento frente a 18 por ciento). La globalización tampoco es particularmente popular. Un 59 por ciento frente a un 32 por ciento de los encuestados están de acuerdo con más límites en las importaciones.
Entonces, tal como se la retrata, la clase media está furiosa. Bueno, no exactamente. Lo que se está encogiendo es la gran brecha entre la visión de las personas acerca de “la economía”, una abstracción, y su propia situación personal:
- Pese a que solo 32 por ciento califica la economía como “excelente” o “buena”, el 52 por ciento califica su propia situación personal como excelente o buena (otro 35 por ciento como “bastante buena” y 13 por ciento como “mala”).
- La mayoría de los estadounidenses (60 por ciento frente a 37 por ciento) piensa que sus propios estándares de vida están en alza.
- Casi 70 por ciento de los estadounidenses dice haber alcanzado o que alcanzará el “sueño estadounidense” (the “American Dream”), tal como lo definen. Más de la mitad dice que el éxito proviene de una buena educación y trabajo duro, no de contactos (18 por ciento) o por haber nacido rico (13 por ciento).
Del mismo modo en que los estadounidenses critican la educación pública pero les gusta su escuela local (u odian al Congreso pero apoyan a su representante en el Congreso), racionalizan el éxito económico personal con la deficiencia de la economía nacional.
Tanto “las elites conservadoras como las liberales” están fuera de contacto con los estadounidenses típicos, dicen los encuestadotes que condujeron la encuesta. El foco de los conservadores en el desempeño económico general (es decir, el producto interno bruto) minimiza el “trabajo duro” de los individuos para mejorar “sus estándares de vida frente a todas las adversidades”. Pero los liberales subestiman de los estadounidenses “el énfasis en la responsabilidad personal y sobrestiman el grado en que (la gente) se ve a sí misma como víctima”.
Quizás. Pero hay una explicación más simple para la confusión: el optimismo y el perfeccionismo son constantemente asaltados por la realidad. Consideremos por qué esto continuará.
Las personas valoran la estabilidad y la seguridad. También quieren ingresos más altos. Desdichadamente, a veces ambas colisionan. En un libro reciente, “Economic Turbulence” (Turbulencia económica), tres economistas demuestran que la constante renovación de compañías y ubicación de negocios (establecimientos) mejora el crecimiento económico pero crea trastornos y estrés. Reemplazar establecimientos menos eficientes con más eficientes disminuye los costos y mejora los estándares de vida.
Exacerbando el estrés, el precio de ingreso a la clase media siempre está en alza. Mientras más podemos tener, más debemos tener. Mantenerse a la altura de los otros es la maldición de nuestros avances y ambiciones. Treinta años atrás, la existencia en la clase media no incluía aire acondicionado central, computadoras, teléfonos celulares o televisión por cable. Del mismo modo, nuevos medicamentos y cirugías hacen subir el costo del seguro de salud, reduciendo la cobertura y el sueldo neto. De 1991 a 2005, el costo de incentivos (principalmente el del seguro de salud) subió casi el doble de rápido que los salarios.
Los estadounidenses no pueden escaparse de estas realidades. La economía permanecerá precaria si permanece productiva. Las nuevas tecnologías y productos que celebramos infligen ansiedad, redefiniendo la sociedad de la clase media. Por supuesto, muchas de las quejas de hoy (la creciente desigualdad, la reducción del seguro de salud) son legítimas y, hasta cierto punto, pueden ser corregidas. Pero cualquier remedio solo tendría éxito temporalmente porque no eliminaría el dilema básico.
Algunas veces la economía supera tanto las expectativas (por ejemplo, luego de la Segunda Guerra Mundial o a fines de la década de 1990) que crea un periodo de calma. Pero esto meramente eleva las expectativas a niveles no realistas y asegura una desilusión posterior. Inevitablemente, la “presión” de la clase media nunca desaparece.
(c) 2006, Washington Post Writers Group