Por medio de la murmuración se penetra en la vida del otro, en su recinto más sagrado, que es el de la intencionalidad; se establece allí un tribunal con el cual se juzga, se condena y se publica la sentencia condenatoria.
La llamada “ley de Talión”, a pesar de estar abolida, continúa en cierto modo vigente. La murmuración es algo en que se debe pagar “ojo por ojo, diente por diente”
“No juzguéis y no seréis juzgados, no condenéis y no seréis condenados. Porque con el juicio que juzgareis y con la medida con que midiereis, seréis medidos” He ahí la ley del Talión. Y es palabra de Dios. Evidentemente ella debe ser bien entendida.
El sentido profundo de esta frase es que no puede recibir la misericordia quien, no se arrepiente sinceramente de las faltas cometidas contra el prójimo, quien es severo e implacable en el juicio de los otros.
Sabemos que ser ladrón descalifica socialmente a la persona. La murmuración es un robo. El que murmura está robando; y, con un agravante: roba lo que vale más que el dinero y además, roba los amigos y familiares. Son palabras durísimas, pero verdaderas.
Todos, por el hecho de vivir en sociedad, presentamos una imagen de nosotros mismos. Yo tengo un concepto de cada una de las personas que conozco, y, cada una de las que me conocen, tienen un concepto de mí. Y continuamente nos esforzamos en mejorar el concepto que los otros tienen de nosotros.
Es como si hiciésemos de cada una de las personas que conocemos un banco, donde depositamos un capital, no en dinero, sino un capital de buena fama y confianza. Estas cualidades se ganan con tremendos esfuerzos, con sudor y lágrimas, que deseamos conservar y aumentar.
Pero el murmurador, el chismoso, el ladrón lo envenena todo. Se aproxima a aquellas personas en las cuales hemos depositado nuestra fama y en pocos minutos nos despojan de todo sin interesarles las consecuencias. Se vuelve una epidemia.
Y lo hacen con los siguientes agravantes: como un ladrón nocturno, porque lo hacen a escondidas. Roban con gran hipocresía, pues son tenidos como amigos. Lo hacen con evidente premeditación porque repiten una y otra vez ese mismo robo indigno. Por eso el murmurador es un peligroso ladrón, afirma el Dr. Kovacevich.
Quien murmura roba a otro su fama, pues hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios. ¿Con qué derecho echa a perder el ladrón la buena fama que tanto costó construir?
Por increíble que parezca, el que murmura se roba a sí mismo. Nosotros tenemos también una valoración en Dios, y es la única valoración que debe interesarnos. Todo lo demás está sujeto a la inflación o a la injusticia.
Estamos hablando de robo y el robo no es sólo una mala acción. El robo supone una complicada consecuencia llamada Restitución. Sin Restitución no hay perdón. Por tanto, si la murmuración es un robo y el robo exige Restitución, cualquiera de nosotros puede concluir que la Restitución es sumamente difícil, onerosa, angustiante y dolorosa. Este hecho casi nunca tiene en cuenta el murmurador o “chismoso profesional”