La Iglesia siguiendo una tradición de muchos siglos, recomienda durante la Misa en la Cena del Señor el rito del lavatorio de los pies, en continuidad con el Evangelio que se proclama en esta celebración.
El gesto de Jesús en la Última Cena se inspira en un detalle de hospitalidad común a muchas culturas orientales, por el uso de las sandalias en los caminos polvorientos de estas tierras. En el Antiguo Testamento Abrahán insiste en lavarles los pies a los tres viajeros que pasan por su casa (Gn 18,4) y entre los primeros cristianos se valoraba quien, como buenas obras, había “practicado la hospitalidad y lavado los pies a los santos” (1 Tm 5,10).
Sin embargo, en este especial momento de despedida de sus apóstoles, las palabras del Maestro dan al gesto un significado más profundo. Lavar los pies es manifestación de humildad y de servicio, en cierto sentido anticipa la humillación final de la cruz salvadora que se realizará pocas horas después.
Lo primero que Jesús pide a sus discípulos es dejarse lavar los pies por Él. Así como a todos los cristianos nos pide dejarnos servir, dejarnos salvar por el Hijo de Dios sin ningún mérito por nuestra parte. La premisa de cualquier empeño de vida cristiana es recibir la salvación, el perdón de Dios: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”.
El paso siguiente es “lavarnos los pies unos a otros”, que es como una variante del mandamiento del amor, “que os améis unos a otros”. En esa invitación del Señor podemos ver la importancia de cuidar y acompañar el camino de los demás. Los pies, de hecho, son un medio para caminar, son imagen de nuestro seguimiento de Jesús. Lavar los pies de nuestros hermanos significa por lo tanto sentirnos responsables de su fidelidad, servir con alegría a cada uno, poniendo el “corazón en el suelo para que los demás pisen blando” (San Josemaría, Via Crucis IX,1).
(Frases extractadas de https://opusdei.org/es-py/gospel/2023-04-06/)