Está más que claro que el desafuero de Víctor Bogado fue un logro ciudadano. Si la gente no se manifestaba, no iba a ocurrir, así de simple. No obstante, hay un aspecto de todo esto que aún no fue comprendido a cabalidad por algunos políticos: esta rabia que se volcó en las calles, en las redes sociales y hasta en locales comerciales, no fue una cuestión personal.
Lo que motivó la ira de estas personas no fue ni el senador colorado ni su supuesta “niñera de oro”, sino la buena salud de la que gozan el prebendarismo y la corrupción en la función pública.
Lo que indigna es saber que la gran mayoría de los jóvenes paraguayos debe romperse el lomo, muchas veces más de diez horas diarias, para ganar un sueldo mínimo que nunca alcanza, mientras que otros ganan el triple sin siquiera trabajar, solo por ser pariente o amigo de un político. También molestó, obviamente, que los parlamentarios se consideren seres superiores que no pueden ser alcanzados por la Justicia por el simple hecho de ocupar un curul.
De hecho, entre los manifestantes que se dieron cita frente al Congreso en varias ocasiones el mes pasado no hubo una marcada tendencia política. No fue algo montado por la izquierda, como lo quieren plantear varios senadores, ni tampoco parte de una campaña contra los partidos tradicionales. Eran paraguayos de todas las edades que se cansaron de ver cómo los políticos asquerosamente se apropian de lo que es de todos.
Esta indignación más que saludable es necesaria. Ahora que saltan cada vez más casos de parlamentarios que enriquecieron a sus familiares y amigos con dinero del Estado, el movimiento debe encontrar su mayor fuerza. Votar una vez cada cinco años obviamente no es suficiente. La gente debe expresarse en las calles para lograr los grandes cambios. No podemos esperar mucho de senadores y diputados que cada vez que hablan hacen gala de su ignorancia y soberbia. Los legisladores deben sentir el aliento ciudadano en sus nucas antes de crear leyes.
Por eso este arrebato popular debe atacar a la estructura por otros flancos igual de importantes que el prebendarismo: la pobreza extrema, la concentración de la riqueza en manos de unos pocos, la justicia manejada por un puñado de políticos, las tierras malhabidas y otras miserias que heredamos de la dictadura y de una seguidilla de gobiernos criminales.
Para conseguir cambios realmente históricos y no anecdóticos, los indignados deben cuestionar las bases que desde hace décadas sostienen este Estado fallido.