Hasta hace poco nadie conocía a Gustavo Penayo. Esta semana su cara se popularizó en diarios y noticieros televisivos y fue entrevistado por múltiples radios. Ahora, buena parte del país sabe que se trata del intendente de Caapucú.
Su súbita fama provino de su insólita determinación de prohibir en su distrito las fiestas de Halloween para evitar las “provocaciones” surgidas de los “disfraces antivalores o anticristianos”, además de “precautelar a los jóvenes que terminan en coma de alcohol”. Penayo se dice “provida” y rechaza las “adoraciones al maligno”. En una delirante resolución, sostiene que en el Día de Brujas “se introducen símbolos y prácticas vinculados a la oscuridad, la muerte y la superstición, contrarias a la identidad cristiana de la ciudad”. En una interpelación periodística, advirtió que “al que le encuentre en la calle va a ligar teju ruguái y después le vamos a aplicar una multa”.
Me pareció sobreactuada tanta furia contra una fiesta pagana a la que yo particularmente nunca le encontré mucha gracia, pero que no es tan macabra como sostiene el jefe comunal.
Halloween es una tradición que tiene unos 2.000 años de antigüedad y que pasó de Europa a Norteamérica a mediados del siglo XIX. La costumbre de celebrar dicha fiesta en nuestro país es reciente –no más de quince años– y fue impulsada por la influencia de la cultura popular estadounidense y la visión comercial de los organizadores locales de fiestas temáticas con disfraces.
Ciertamente, no forma parte de la tradición paraguaya. Pero el mundo se mueve e incorpora elementos nuevos. Papá Noel tampoco proviene de la idiosincrasia nacional. El historiador Luis Verón registra que en la década de los sesenta del siglo pasado Papá Noel empezó a introducirse en Asunción, pero que era desconocido en áreas rurales, donde los niños solo podían confiar en los Reyes Magos.
El tema no es el desvarío religioso del intendente, sino su brutal ilegalidad. La resolución de la Municipalidad de Caapucú es manifiestamente anticonstitucional, como lo explicaron los expertos. La cuestión jurídica es obvia. Paraguay es un Estado aconfesional y se deben respetar todas las culturas. La resolución municipal –que invoca incluso el inaplicable derecho canónico– es arbitraria y no hace más que fomentar el odio entre ciudadanos. El ministro del Interior ya le comunicó al intendente que no se prestará a una violación constitucional y que la Policía Municipal no puede apresar a nadie.
Ahora, enfrento la duda que seguramente lo está invadiendo. Usted estará preguntándose por qué escribo sobre algo tan irrelevante. Pues bien, le cuento. Hay semanas en las que, políticamente, no pasa nada. Los temas dignos de comentario repercuten en el Parlamento y se transforman en fuente de inspiración. Pero allí están en temporada light. Hace rato no completan el cuórum, pues una parte de ellos ha viajado a China. Curiosamente, no hay ningún colorado entre los turistas. Es que, pese a que les hubiera encantado sumarse a esa “misión de alto nivel para conocer más” un país que no reconocemos diplomáticamente, fueron advertidos por Bachi Núñez que la amistad con Taiwán –que, anga, solo tiene doce amigos en el planeta– no puede ser traicionada.
Hablando de Bachi, a su club de Villa Hayes fueron los senadores a jugar partidí. Los arqueros Nano y Beto se enfrentaron en una competencia de penales. Tienen derecho, total, en el Congreso lo único relevante era el vivero de arreglos florales millonarios que inundaron la oficina y el curul de la diputada Johana Vega.
¿Se da cuenta? Si los políticos están en onda relax, no me queda otra opción que hablar de Gustavo Penayo y su avivada. Porque creo que idiota, no es. Al contrario, apostó que una propuesta aparentemente ridícula como la de satanizar una fiesta inofensiva, exaltaría a la legión de potenciales electores conservadores y de gran pobreza cultural. Si es así, un genio el tipo. Al fin y al cabo, si a la ANR le sirvió el lema de “Dios, patria y familia”, ¿por qué a él no le serviría un “Halloween nunca más”?