07 dic. 2025

Historia, sarta de mentiras

“Historia ko péa”, dice el habla popular cuando no cree en el contenido de una información. “Me venís con la misma historia de siempre”, es otra forma de indicar lo mismo.

Lo que se deduce de esas expresiones es que mucha gente concibe la historia como una sarta de mentiras puestas en el papel o en boca de los profesores. Historia y japu, para esa forma de ver el mundo, son sinónimas.

La relación entre historia y falsedad no es gratuita. Alguna razón tienen los que vinculan esa ciencia con el engaño, porque lo que se narra no siempre responde a la verdad.

La distorsión parte de hechos reales que se van inclinando hacia determinados intereses. Los énfasis y las omisiones son parte de un código destinado a enmascarar la realidad para que no aparezcan circunstancias desfavorables a los vientos que soplan en un momento dado de la vida de una nación y a sus liderzuelos de turno.

Una verdadera historia tendría que mostrar y demostrar, a través de un método científico, lo que verdaderamente sucedió desde una perspectiva crítica que visualice hechos desmenuzados con una mirada situada en distintos ángulos y ofrezca una proyección para el futuro. Supone una ética de hierro y una entrega apasionada del historiador a su profesión.

En el Paraguay, la enseñanza de la historia en las escuelas, colegios y universidades se ha ceñido a un minúsculo repertorio de personajes, fechas, anécdotas y episodios de discutible relevancia. Según el color de las intenciones, fue una vía para ensalzar a unos y blequear a otros.

En la dictadura del sanguinario Stroessner los héroes eran casi todos militares -nada de héroes civiles, luchadores por la libertad y las conquistas sociales- y/o colorados. Todos debían contar con su bendición para formar parte del listado de ilustres.

Al resto, aunque su influencia en el curso de los acontecimientos dieran para dos tomos, se los tenía perdidos en la mención de paso de su nombre cuando no en el silencio completo.

Desde esa perspectiva, el gran héroe nacional -casi con exclusividad- era el Mariscal López. El que póstumamente tuvo ese mismo rango, José Félix Estigarribia -por sus vínculos con los liberales- fue solo una sombra desdibujada en la victoria del Chaco.

Hasta ahora, en nuestro país no se enseñó -salvo algunas excepciones- adecuadamente la historia. Por lo tanto, no se aprendió. Aprender es no solo el proceso de memorizar datos, sino de comprenderlos, analizarlos y sacar conclusiones que incidan en la vida.

La historia es “maestra de la vida”, como decía Cicerón, cuando ejerce una labor pedagógica para mejorar los aciertos y no repetir los errores de ayer. En nuestro país no hay políticas de Estado que potencien lo positivo para darle continuidad más allá de los partidos que lleguen al poder ni conciencia para enmendar los desaciertos buscando el camino correcto. Aquí el que llega al Palacio se cree con el imperativo moral de reinventar la pólvora.

Sin que hasta ahora se hayan dado pasos firmes para estudiar y aprender la historia del Paraguay -dentro y fuera de las aulas de educación formal-, nos sorprende el año del Bicentenario de la Independencia. Sorprende, literalmente, porque los preparativos para recibirlo con todos los honores y todas las responsabilidades han sido poco menos que inexistentes.

El Ministerio de Educación y Cultura (MEC) no quiere admitir públicamente que fruto de la improvisación es el apañuâi que se arma con la enseñanza de Historia en el nivel Medio. Si fuera cierto que hace dos años un equipo de historiadores empezó ya a ver lo que se iba a hacer en el 2011, todo hubiera corrido ahora sobre rieles, sin contratiempos.

La debilidad, sin embargo, puede ser convertida en fortaleza. Es necesario planificar qué y cómo se va a enseñar y aprender Historia. Que el guyryry de estos días sirva para que el MEC aprenda la lección y fije bases consolidadas para desalojar del país la idea de que la historia es pura ficción.

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