07 feb. 2025

Hacer un mundo más justo

Hoy meditamos el Evangelio según San Lucas 2, 22-35.

De tal manera amó Dios al mundo, que le entregó su Hijo Unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna, nos dice San Juan en el comienzo de la misa de hoy.

El programa de vida que nos ha dejado el Señor lleva consigo el mayor cambio que puede darse en la humanidad. Nos dice que todos somos hijos de Dios y, por tanto, hermanos: esto incide de modo profundo en las relaciones entre los hombres; a todos nos ha dado el Señor los bienes de la tierra para ser buenos administradores; a todos nos ha prometido la vida eterna.

Con palabras de San Josemaría Escrivá recordamos: «Quizá penséis en tantas injusticias que no se remedian, en los abusos que no son corregidos, en situaciones de discriminación que se transmiten de una generación a otra, sin que se ponga en camino una solución desde la raíz»(...)

El papa Francisco a propósito del Evangelio de hoy dijo: “El pueblo de Dios es invitado en cada época histórica a contemplar esta luz. Luz que quiere iluminar a las naciones. Así, lleno de júbilo, lo expresaba el anciano Simeón. Luz que quiere llegar a cada rincón de esta ciudad, a nuestros conciudadanos, a cada espacio de nuestra vida.

“El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz”. Una de las particularidades del pueblo creyente pasa por su capacidad de ver, de contemplar en medio de sus “oscuridades” la luz que Cristo viene a traer. Ese pueblo creyente que sabe mirar, que sabe discernir, que sabe contemplar la presencia viva de Dios en medio de su vida, en medio de su ciudad.

Con el profeta hoy podemos decir: el pueblo que camina, respira, vive entre el “esmog”, ha visto una gran luz, ha experimentado un aire de vida. (...) ¿Cómo es esta luz que transita nuestras calles? ¿Cómo encontrar a Dios que vive con nosotros en medio del “smog” de nuestras ciudades? ¿Cómo encontrarnos con Jesús vivo y actuante en el hoy de nuestras ciudades pluriculturales?”.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal)