14 jun. 2025

Hace falta un Paraguay resucitado que permita vivir con certidumbres

Pascua significa paso de una condición de dolor y sufrimiento a otra, de alegría y esperanza. El Paraguay, con tantos años de vía crucis sobre sus hombros, necesita con urgencia resucitar a un tiempo que le brinde certidumbres para mirar el futuro con optimismo.

La historia de angustias, con un pueblo sometido a la voluntad de los poderosos, es demasiado antigua. Desde los tiempos de la colonia española, pasando por las dos guerras internacionales, las revoluciones fratricidas, la dictadura de Alfredo Stroessner y la creciente miseria –por citar tan solo algunos de los picos de mayor intensidad–, no hubo un proyecto estable y duradero que antepusiera con sinceridad el bienestar de todos.
Los gobernantes le han dado prioridad a su propio beneficio y a los de su coincidente manera de pensar y actuar, postergando los sueños de un vasto sector de la población. La constante fue siempre alcanzar el poder para convertir la nación en un feudo que respondiera a los apetitos personales de los dirigentes ávidos de dinero fácil, fomentando la corrupción en los más diversos niveles.
Esa es la triste herencia que han dejado.
A pesar de la violencia, la marginación, el abandono y la inseguridad, muchos han mantenido en pie su dignidad, han apostado trabajando para que la larga noche cayera por fin derrotada por el avance incontenible de las luces del alba de un nuevo día.
Hoy se vive un tiempo de crisis en todos los órdenes de la vida nacional. La económica y la política son las más graves porque inciden directamente en el tamaño del pan de cada día en la mesa. Los conductores de la República son los responsables del deterioro constante de la calidad de vida de las personas al poner en primer lugar sus intereses mezquinos y egoístas.
Por eso, ante la proximidad de los comicios el año próximo, es necesario reflexionar acerca de la posibilidad de resucitar al país a través del cumplimiento de los numerosos anhelos y reivindicaciones que forman parte de la agenda de posibilidades no cristalizadas.
Es prioritario que el país resucite en la Justicia, en la honestidad, en el afán de buscar el bien común por encima de todas las coyunturas, en la solidaridad, en el trabajo, en las oportunidades de vivir y ser felices en la propia patria –sin ir a buscar la dicha en horizontes lejanos como España, Argentina o Estados Unidos– y en todos aquellos ideales que hoy están debilitados pero no muertos.
Ese país de la resurrección no será forjado por los que cada cinco años asumen funciones para repetir lo mismo de siempre y degradar más la calidad de la vida de los ciudadanos. No hacen falta ejemplos para corroborar este juicio compartido por la mayoría.
El Paraguay renovado, el de la Pascua, debe ser uno que proporcione a sus habitantes la certeza de que un futuro mejor será moldeado por la inteligencia y el esfuerzo de quienes ya no lo quieren ver nunca más sumido en la pobreza, la corrupción y el abandono.