La nueva enfermedad que pone en jaque a todo el mundo es el coronavirus, que se está expandiendo no solo en China, sino en varios otros países y continentes. El brote de este virus se inició el 31 de diciembre de 2019, y es responsable de una neumonía que ha causado muertes y cientos de contagios. Los síntomas descritos para la neumonía de Wuhan, provocada por el nuevo coronavirus, son fiebre y fatiga, acompañados de tos seca y, en muchos casos, dificultad para respirar. En cuanto a la prevención, según divulgó la OMS, están el uso de mascarillas, usar pañuelos para cubrirse la nariz y la boca cuando se tose o se estornuda, lavarse las manos de manera frecuente, evitar las aglomeraciones y acudir al médico tan pronto se identifiquen los síntomas.
En Paraguay, la Dirección General de Vigilancia de la Salud lanzó una alerta epidemiológica; mientras que Migraciones y las autoridades aeroportuarias coordinan detalles sobre las medidas de prevención y detección ante un eventual ingreso al país de viajeros con coronavirus. Salud Pública, por su parte, centra su foco en las personas que visitaron recientemente el país asiático.
Las epidemias, como se sabe, tienen un alto costo económico para los países. De hecho que el nuestro tiene gran experiencia con el dengue, que para nuestra desgracia ya es endémico. Ante situaciones como la que vivimos actualmente, son más notorias las carencias en infraestructura y recursos.
Paraguay no solamente tiene serias deficiencias en cuanto a la inversión que se hace para la salud pública; es además uno de los peor calificados en lo relacionado a los gastos de bolsillo, que son los recursos que gastan las personas para afrontar una enfermedad, cuando el sistema de salud no los asume.
Sumado a eso, se deben mencionar las carencias de la población como la disposición de residuos domiciliarios y el acceso al agua potable, sin obviar la urbanización acelerada por la migración a las ciudades, y el crecimiento descontrolado y no planificado de las mismas.
Pero, al mismo tiempo, es una realidad que atender una enfermedad es más caro que prevenirla. Es por eso que, aunque haya una inclinación natural a intentar culpar a los vecinos de las epidemias debido a la falta de hábitos de higiene y limpieza, es el Estado el principal responsable de la situación actual.
Es más que evidente que ninguna de las campañas de educación, información y concientización han sido exitosas, pues desde que se notificó el primer caso de dengue en el año 1988, solo hemos ido en retroceso, hasta llegar a nuestro estado de endemia.
Se viven tiempos difíciles y más que nunca necesitamos eficiencia y trasparencia en el manejo de los recursos públicos para la salud. Si apenas somos capaces de evitar que el Aedes aegypti cause epidemias, miles de enfermos y muertes, las nuevas amenazas que nos llegan desde el otro lado del planeta serán un enorme desafío.