Se hablaba de que no había que volver a la normalidad, porque fue precisamente eso que entendíamos como “normalidad” lo que nos ha conducido a una situación catastrófica, al poner en primer lugar modelos de producción y consumo que afectan al medioambiente y no haber dado importancia a la salud pública, a la educación, a la investigación científica, al cuidado de la naturaleza, a la soberanía alimentaria, al desarrollo sostenible, al combate a la corrupción, a la participación ciudadana y transparencia democrática, entre otros asuntos.
Se esperaba que reflexionemos y aprendamos al ver cómo en nuestras ciudades repentinamente silenciadas, en nuestras calles y carreteras inusualmente vacías, el aire se volvía nuevamente puro y transparente, y hasta los animales silvestres se animaban a dejar sus refugios y a poblar de vida y color el mundo, o como los cursos de agua generalmente llenos de basura y polución se volvían increíblemente cristalinos ante la reducción de la acción humana.
Se confiaba en que pudiéramos percibir el cambio positivo y asumir el compromiso de contribuir a cuidar mejor el planeta Tierra, nuestra casa común.
Se esperaba que volvamos paulatinamente a las calles y a la vida pública desde el largo encierro en nuestros hogares y tras haber compartido tantas penurias ante la crisis económica y laboral –que aún persisten y se mantendrán en el tiempo– con una mayor conciencia, con más responsabilidad y respeto hacia las normas de convivencia, buscando edificar una sociedad más civilizada y armónica, pero al parecer eso no está ocurriendo.
Tal como lo vienen reflejando algunos informes publicados por este diario, eso no está ocurriendo. Al menos en Asunción y el área metropolitana, como en otras grandes ciudades del país, ha retornado plenamente el caos en el tráfico, la ciudad concebida como una “jungla de cemento” en donde todo vale, en donde se cometen todas las infracciones viales y cuando aparecen los agentes municipales de tránsito, en lugar de actuar con un criterio educativo, proceden a generar situaciones para exigir coimas, persistiendo en los vicios de corrupción que siempre les han caracterizado.
Al menos en este campo no hay una “nueva normalidad”, sino que persiste la misma normalidad que nos llevó a la crisis. Lo mismo pasa en quienes siguen arrojando toneladas de basura en las calles, en los terrenos baldíos, en los cauces de ríos y arroyos.
Mientras el coronavirus sigue al acecho y tratamos de adaptarnos al llamado “modo Covid de vida”, es importante que tengamos en cuenta todo lo que nos ha sucedido y continúa sucediendo. Hay que aprender la lección. Si no hacemos un esfuerzo por ser mejores ciudadanos, seguiremos repitiendo el mismo ciclo que nos ha causado tantas penurias.