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Uno de los temas que se plantean todos los años a propósito del inicio de las clases es el estado de deterioro de los edificios escolares públicos. Algunos se hallan en tan mal estado que comprometen la seguridad y la salud de los niños, jóvenes y maestros que recibirán a lo largo del año lectivo.
El tema es recurrente. La única variación es que cada año se suman otras escuelas o colegios afectados por la misma situación: la falta de mantenimiento. Lo que llama la atención es ¿por qué dejan para último momento un aspecto central como el poner en condiciones los establecimientos escolares antes de comenzar las clases? Detrás de la situación salta de inmediato el componente presupuestario. Seguro que sí; pero si fuera esta la única causa, nada funcionaría en Paraguay y todo estaría aún peor. Seguiríamos reducidos a un nivel aldeano.
Sin dudas, es preponderante la falta de recursos económicos, pero tanto más o igual es el serio problema de planificación y gestión que afecta a todas las instituciones estatales. En el ámbito de la educación, al ministerio del ramo, a los supervisores administrativos y directores que deberían estar controlando también las condiciones edilicias.
Contribuye además a la destrucción y estado de abandono de los locales escolares públicos esa actitud muy arraigada en el país, que se traduce en el escaso aprecio a todo lo que proviene de fondos estatales o es un bien público. Es esa propensión a dilapidar los recursos que no son de uno, sino de todos y, en definitiva, de nadie. Esto se nota en el estado en que se hallan ministerios, plazas, museos, estadios, comisarías, el transporte público y en cómo se usan los vehículos del Estado, en especial los del Congreso Nacional.
Como ocurre con cualquier edificio de concurrencia masiva y diaria, las escuelas y colegios se desgastan, sufren averías y necesitan reparaciones periódicas para que el deterioro no se profundice o extienda y que la reparación no demande, como pasa ahora, millonarias inversiones. O, peor aún, que se tenga que desalojar y dejar a la deriva a los alumnos.
El Ministerio de Educación sabe esto, por lo tanto, se supone que dentro de su presupuesto prevé recursos para mantenimiento. Pero a la hora de priorizar entre la merienda escolar, las mochilas y el pago a los docentes, es evidente que los arreglos, pinturas y mejoramiento de los locales escolares pasan a segundo plano. Aunque así fuere, con buena gestión incluso esta realidad sería superable.
En Paraguay gran parte de las necesidades y deficiencias se cubren y corrigen mediante la solidaridad. Escuelas enteras se construyen gracias a las actividades cooperativas emprendidas por las comisiones de padres y vecinos. En las zonas menos favorecidas, las comunidades levantan cada año aulas, bibliotecas y sanitarios en la medida que más y más niños se incorporan al sistema educativo.
Si el Ministerio de Educación no está en condiciones de cubrir todas las necesidades, la directora o director de cada escuela y colegio debería promover la participación de los padres y alumnos en el cuidado, mantenimiento y mejora del establecimiento escolar.
Es más, inculcar a los niños sobre el uso cuidadoso de los bienes de la institución donde concurren a estudiar, debe ser parte del programa de estudios. Los padres, se supone, tienen que orientar a sus hijos en ese sentido.
El Ministerio de Educación por muchos años no tendrá el presupuesto ideal. Pero sí puede mejorar la gestión, con el apoyo de la comunidad educativa. Si fueran llamados con antelación, los docentes, alumnos y padres no se negarían a colaborar para poner en condiciones los locales escolares. Pero la convocatoria tiene que provenir de las autoridades, de las que se espera, por lo menos, una actuación más previsora.