Por Adolfo Ferreiro
El concierto sedicioso de los partidos parlamentarios para demoler toda posibilidad de Justicia independiente dio sus resultados: la recuperación del poder colorado en la Justicia y el eterno tiro por la culata para una oposición que hace gala de torpeza y miseria intelectual. Los que todavía no entienden, o no reconocen lo que han hecho, deberían mirar con alguna vergüenza lo que ocurrió en la elección de abogados para el Consejo de la Magistratura, reducida a puja interna colorada. La falta de mínimo esfuerzo electoral por parte de los partidos de oposición es solo comparable a la calamitosa derrota sufrida en las elecciones municipales últimas, sobre lo que tampoco se ha intentado siquiera una reflexión de cafetín.
El Partido Colorado, que ante tan pobre oposición podría proyectarse tranquilo hacia un futuro de cada vez más incuestionable control hegemónico del país y la sociedad, tampoco se las tiene todas consigo. Padece una interna empobrecida hasta lo indecible, caracterizada por el oportunismo de impresentables de las más variadas calañas. Siembra desazón por la incertidumbre en que sume a la gente por su nula capacidad de transmitir certezas en los temas más importantes, a más de conductas delirantes en sus principales actores cotidianos. A eso hay que sumarle el intríngulis de las pretensiones de reelección de su principal líder.
Para completar el panorama, antojos brotan por doquier. Son rejuntados donde predominan los eternos “buenos para nada” a la hora de la verdad electoral.
Pero, sin duda, lo que tiene que llevar a la alta dirigencia política al abandono de la actual frivolidad y el viaje hacia acuerdos estables, constructores de instituciones, es lo que acaba o está pasando en el ámbito de la única institución donde no debería pasar nada: la Justicia Electoral. No importan los hechos anecdóticos, no es necesario discurrir sobre ellos. Lo grave es que el entendimiento inteligente en su máxima autoridad, que permitió garantizar reglas de juego electoral altamente satisfactorios, parece que de pronto ha desaparecido, dejando lugar a consideraciones impropias de tan alta dignidad y función institucional. Con ello la incertidumbre ha invadido el último resquicio institucional que le falta corromper. De lograrlo, la transición pacífica y el fortalecimiento de opciones electorales cada vez mejores, recibirán la puñalada final que abrirá las puertas a una nueva larga serie de confrontaciones.
Miremos nuestra experiencia buscando conclusiones y propuestas. En la “transición” se han hecho pactos explícitos o implícitos que, en general, resultaron positivos. Así, el pacto de pacificación y libertad en torno al Gobierno del general Rodríguez; el pacto de gobernabilidad para reestabilizar el proceso tras la puja Wasmosy-Argaña, con el inicio del fortalecimiento de la pluralidad pactada en el Poder Judicial; el pacto de unidad contra los efluvios golpistas de Oviedo; el de pluralidad en el Gobierno después de la crisis del Gobierno Cubas. Más allá de toda crítica razonable, es evidente que para las grandes cosas hace falta algo que hoy brilla por su ausencia: el entendimiento mínimo en cuestiones trascendentes a la política inmediata. Hoy prima la confrontación despiadada, caracterizada por la lucha por el poder mismo y la carencia total de certidumbres.
No es fácil imaginar de dónde se sacarían el talento y el coraje para un nuevo pacto que permita superar lo que se anuncia un naufragio seguro. Superación con operaciones políticas civiles racionales, no con la exacerbación de taras de nula raigambre democrática.
Ese pacto tendrá que tener en su eje el restablecimiento de un árbitro judicial electoral dotado de suficiente carácter y determinación, que dé seguridad a todos sobre su independencia y credibilidad. Inmediatamente, el compromiso de restablecer las instituciones conforme a criterios del universo jurídico político de las democracias republicanas de Occidente. Finalmente, el encauzamiento del proceso de transición debe lograr incorporar actores marginados por la política inmediatista, personas que puedan pensar, actuar y construir en función de un proyecto de república cada vez más olvidado y desvirtuado en los hechos.
El desafío debe ser aceptado y llevado adelante con valor, talento, inteligencia y determinación. De lo contrario, la chatura de la política que hoy impera nos hundirá en cualquiera de las formas de disolución o guerra civil que ofrecen los ejemplos trágicos de la historia.