Hace rato que la violencia se instaló en torno a los encuentros de fútbol. Las barras bravas son las que han impuesto esa forma extradeportiva de vivir el deporte de mayor arraigo popular en nuestro país. Carlos Manuel Pérez, el joven hincha del Sportivo Luqueño asesinado el domingo, es otra víctima que se suma al cada vez más frondoso listado de fallecidos por la misma causa.
Es evidente que quienes toman parte de grupos que no solamente van a vivir la sana emoción de alentar a su equipo, sino que ya llevan un ánimo belicoso, predispuesto a la agresión, son los que le causan un grave daño al deporte que convoca la mayor cantidad de personas en el país.
El alcohol y las drogas son ingredientes que preparan el ambiente para un eventual enfrentamiento entre los que responden a los colores de las diferentes instituciones. La opinión pública conoce sobradamente a los que usan las jornadas de fútbol para desatar sus instintos criminales. No son numerosos, pero son lo suficientemente agresivos como para generar situaciones de peligro.
Las evidencias dejan en claro que las manifestaciones de extrema violencia ?aquella que da como resultado la muerte de alguien? se dan fuera de los estadios. La Policía realiza un estricto control para que los aficionados no entren con elementos contundentes y mucho menos con armas de fuego o blancas a los escenarios de fútbol. Esa fiscalización abarca los alrededores del lugar donde se juegan los encuentros e inclusive se extiende al acompañamiento de los vehículos que transportan a pasajeros potencialmente peligrosos.
Si la revisión del público no detecta armas y, sin embargo, a la salida, y ya al retorno a los hogares, aparecen hinchas que disparan, es evidente que la habilidad de los que concurren armados está por encima de las previsiones policiales. Por lo visto, hay técnicas hasta ahora no descubiertas para guardarlas en un lugar seguro y recuperarlas al regreso. Los hechos delatan que los asesinos logran evadir de alguna manera la vigilancia, provocando luego las tragedias consabidas.
El triste saldo es el conmovedor episodio de los familiares, que ven a sus seres queridos volver ya sin vida. Es entonces cuando todas las palabras sobran y solo adquieren estatura la indignación y la impotencia.
La solución del problema se hará más difícil de lo que ya es si los clubes no colaboran de manera eficaz para erradicar ese mal que enluta hogares. La APF prohibió a los directivos de clubes que entreguen entradas de favor a las barras bravas, y algunos de los clubes con más problemas entre sus adherentes desbordados han creado padrones para identificar a esas personas que también inciden en la imagen institucional.
Han sido intentos por cooperar con la Policía. Está visto, sin embargo, que en algún momento se rompen las normas. Y se derrama sangre. Por lo tanto, hay piezas que no funcionan dentro del engranaje.
Es necesario frenar la violencia. Para ello, hace falta que con urgencia todos los sectores ?incluyendo representantes de los aficionados? analicen la situación y propongan soluciones prácticas. Ya es intolerable que la alegría de los goles acabe en llanto y desesperación.
Es necesario frenar cuanto antes la violencia de los inadaptados del fútbol
La violencia entre hinchas de fútbol es un mal que debe ser enfrentado de manera coordinada por las fuerzas de seguridad, los clubes, la Asociación Paraguaya de Fútbol (APF) y los aficionados. No es posible que por culpa de unos inadaptados que disparan a matar sufran las consecuencias los verdaderos deportistas.
