Es la queja de todos los días de parte de miles de usuarios del transporte público, principalmente en Asunción y en las ciudades del área metropolitana.
Las famosas reguladas o disminución de frecuencias en el servicio siguen implementándose con total impunidad, a pesar de las muchas denuncias y de las reiteradas promesas de intervención y corrección por parte de las autoridades.
Larga es la fila de personas que esperan a veces durante horas un ómnibus que los pueda acercar hasta sus puestos de trabajo a la mañana o retornar a sus casas en la tarde y en la noche, principalmente en los barrios y sectores más aislados de las rutas y avenidas principales.
Los pocos buses que vienen ya llegan cargados de pasajeros y a veces ni siquiera se detienen en las paradas, donde grupos de usuarios se encuentran con impotencia con la imposibilidad de viajar. En horas de la noche o en días feriados, la disminución del servicio es mucho más notoria.
El presidente del Centro de Empresarios de Transporte del Área Metropolitana (Cetrapam), César Ruiz Díaz, ha sostenido repetidas veces en declaraciones a los medios de comunicación que “no existen reguladas”, sino que es un ajuste natural de frecuencia de viajes por motivos de la pandemia. Sin embargo, sus aseveraciones contrastan con la realidad y con las denuncias cotidianas de los usuarios, así como con las imágenes que registran las cámaras de televisión y las fotos publicadas por los diarios, así como con los videos que comparten los propios usuarios a través de las redes sociales en internet.
El anuncio formulado por el Viceministerio del Transporte de que no subirá el precio del pasaje, tal como lo solicitan los transportistas, solo ha hecho aumentar aún más el castigo a los usuarios, ante la pasividad o complicidad del Gobierno, que no se anima a romper la rosca del transporte, principalmente por temor a que los candidatos oficialistas (y también de la oposición) se queden sin el condicionado favor para arrear a los votantes en las próximas elecciones.
El drama del transporte público no ha variado mucho en largas décadas.
Con millones invertidos anualmente por el Gobierno en subsidiar el costo del boleto, ni el fracasado proyecto del Metrobús ni el accidentado sistema del billetaje electrónico que se está implementando actualmente han logrado impedir que la gente siga viajando colgada de las estriberas o se quede sin ómnibus a la noche o los días feriados.
Es tiempo de que se establezca una política que asegure que el transporte sea un verdadero servicio público y no solo un estupendo negocio. Planes para establecer sistemas diferentes de transporte, como un ferrocarril de cercanías movido a electricidad, incluso sistemas de transporte fluvial para las ciudades cercanas al río Paraguay duermen en estudios de factibilidad, sin concreción por falta de voluntad política o intereses creados.
Solo la reacción y la presión ciudadana pueden forzar a que se deje atrás un sistema de pésimo servicio y se acelere la concreción de proyectos para modalidades de transporte más modernas, funcionales y amigables.