Por Guido Rodríguez Alcalá
Entre 1955 y 1995, el consumo de petróleo aumentó 450%. La producción creció a ese ritmo pero, en un futuro no lejano, comenzará a decaer. La escasez provocará una rivalidad por el petróleo, que puede ser peligrosa para la democracia. Esta es la opinión del analista norteamericano Michael Klare.
Según el autor, los gobiernos de las principales potencias (EEUU, Rusia, China, países europeos) creen que el libre mercado no garantiza el acceso al petróleo y energía en general; por eso proponen una intervención más activa del Estado. Esa intervención puede desembocar en más intervenciones militares en los países petroleros de Asia, África y América Latina; en la implantación de gobiernos títeres en dichos países; en el mayor control de la vida pública y privada por parte de los gobiernos.
Esto último será casi una necesidad si, como alternativa a la escasez del petróleo, aumenta el uso de la energía nuclear. El material radiactivo es peligroso y se debe impedir su apropiación por manos indebidas (p.e., terroristas), una tarea para la cual se prestarán gustosas las fuerzas de seguridad.
Rusia (según el autor) había conocido una ola de privatizaciones después de la caída del sistema soviético. Sin embargo, la política de Putin es ampliar la intervención del Gobierno en las cuestiones de energía. De ahí el proceso contra la empresa privada Yukos, o los roces con países vecinos (Ucrania, Bielorrusia, Georgia), que Rusia pretende presionar políticamente con el suministro de gas.
También es parte de esa política la resistencia de Putin a abrir la producción y transporte de gas y petróleo a empresas extranjeras. El propósito sería el resurgimiento de Rusia mediante sus enormes reservas de petróleo, gas, carbón y uranio.
En los Estados Unidos, el antecedente del nuevo intervencionismo data de 1980, cuando el presidente James Carter se declaró dispuesto a usar la fuerza para impedir la interrupción del suministro de petróleo de la región del Golfo Pérsico. Esa declaración, que pasó a llamarse Doctrina Carter, ha sido reafirmada por los sucesores del presidente. En 1983, Ronald Reagan formó el Centcom (Comando Central), un complejo de fuerzas militares listas para intervenir en la región del Golfo.
William Clinton extendió la Doctrina Carter a la cuenca del Mar Caspio (rica en petróleo), y así estrechó las relaciones con Azerbaiján, Kazajistán, Kirguizistán y Uzbekistán. George Bush (h) ha construido bases y aumentado la presencia militar en aquellas ex provincias soviéticas, no todas caracterizadas por su sistema democrático. Durante su gobierno, la Doctrina Carter se ha extendido aún más, llegando hasta Nigeria, importante proveedor de petróleo, cuyo Gobierno ha recibido más ayuda militar.
En realidad la doctrina se ha extendido a todas las regiones del mundo donde exista petróleo, afirma Klare, y podría incluir una guerra contra Irán.
Para el autor, la guerra sin cuartel por la energía podría desembocar en una nueva forma de fascismo, que él llama energofascismo. Al mismo tiempo, Klare considera que pueden existir soluciones más aceptables y más humanas. Hallarlas depende del grado de conciencia y de compromiso de la ciudadanía de todo el mundo en esta época global. (Más informaciones sobre el punto en el sitio “http://www.TomDispatch.com”)