“Haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago”, reza un conocido refrán, que al parecer lo aplica muy bien el diputado colorado José María Ibáñez, quien recientemente reconoció haber robado al Estado paraguayo.
En el 2003, Ibáñez –junto con el ex presidente Nicanor Duarte Frutos– lanzó el libro Diálogo con los ausentes. Desterrando el fanatismo en el Paraguay, donde el tema principal era la lucha contra la corrupción, materia bastante conocida por el legislador.
El libro recoge cartas intercambiadas entre ambos referentes del Partido Colorado.
Ibáñez –que el miércoles pasado se presentó como la víctima durante la sesión de la Cámara de Diputados, donde se trataba un pedido de pérdida de investidura– sostiene en una parte del libro que ve la corrupción como el principal obstáculo a vencer para lograr el desarrollo integral del hombre y la sociedad paraguaya. “Si existe una práctica en la cual nos hemos perfeccionado con suma creatividad es en la maldita corrupción”, remarcaba en su libro.
Sostenía que a menor maduración moral, era mayor la posibilidad de corruptibilidad y que a su juicio, la corrupción tiende a institucionalizarse y a sistematizarse en la sociedad en un proceso que implica la pérdida de la confianza en las instituciones y en el sistema político, la neutralización de la iniciativa individual, la pérdida de la autoridad moral, el debilitamiento de la eficiencia del Estado y el aumento de las oportunidades del crimen.
“Por eso es importante que nuestros líderes pasen de la condenación verbal de la corrupción a la condenación material; es decir, demostrar con actitudes y gestos –aunque sean simbólicos– que los actos de corrupción no son bienvenidos ni alentados y muchos menos que existe indiferencia hacia ellos”, decía de manera enfática.
De todo esto que alguna vez escribió se olvidó el corrupto confeso, sobre quien pesa una fuerte presión ciudadana y mediática en repudio a la estafa en que incurrió al contratar y pagar a sus caseros con dinero del Estado.
En otra parte del libro manifiesta que se deben hacer esfuerzos por moralizar la Administración Pública inculcando la conducta ética en la burocracia estatal, “estimulando y premiando a los íntegros, honestos y eficientes, y castigando, hasta despreciando, a los corruptos. De modo que la regla sea la integridad y la corrupción solo la excepción. Esta es la única manera de combatir el apetito de la avaricia insaciable que es la causa última de la corrupción administrativa”, aconsejaba el diputado en la búsqueda de soluciones para erradicar la corrupción. Consejos que según demuestra la realidad, se olvidó de seguir.