28 mar. 2024

El zapatero prodigioso

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El diputado Miguel Cuevas se presentó en la Agrupación Especializada, tras la orden de captura que se emitió en su contra.

Foto: EFE

Hace unos días varias rutas del Departamento de Paraguarí fueron bloqueadas por personas que, al son de la música Patria Querida, protestaban por el inminente apresamiento de un político de la zona. Para algún forastero la escena podría parecer una postal extraña, dado que el defendido era el diputado Miguel Cuevas, acusado de enriquecimiento ilícito, lavado de dinero y declaración falsa. En los carteles que blandían, los manifestantes no afirmaban que fuera inocente, sino que la prisión era injusta.

En realidad, la palabra exacta sería inusual. Lo que hasta hace poco era imposible, ahora se convirtió en raro: Algunos políticos paraguayos terminan presos por corrupción. No hay por qué culpar a los numerosos ciudadanos que estacionaron sus camionetas al costado del pavimento, se bajaron un rato a desplegar sus pancartas, provocaron lánguidamente a los policías allí apostados y luego se marcharon tras las hurras de rigor. Estaban simplemente ejerciendo el deber de gratitud hacia quien había desarrollado su aptitud para el prebendarismo con excelso rigor académico.

No es una mera peculiaridad regional. El estilo Miguel Cuevas tiene adeptos a todos los niveles. No exagero: Nada menos que el asesor político de la Presidencia, Daniel Centurión, declaró que “le dolía muchísimo lo que estaba ocurriendo con él” y esperaba que la Justicia no se someta al poder mediático.

Hay que decirlo. Cuevas es uno de los políticos más populares de Paraguarí. Todos recuerdan al humilde zapatero de Sapucái que llegó dos veces a ser intendente de su ciudad, luego gobernador y, finalmente, diputado nacional por su departamento. Desde todos estos cargos, “ayudó” a sus correligionarios mediante nombramientos en cargos públicos, negocios con el Estado, ascensos y privilegios múltiples. Por eso hay tanta gente lamentando su caída.

Pero, también todo debe ser dicho. Por el camino, Cuevas se enriqueció más que ningún otro político de Paraguarí. Su pequeña casa se convirtió en una enorme mansión, le descubrieron estancias y propiedades por doquier y, al final, él, su esposa y su hijo fueron denunciados por no poder demostrar el origen legal de semejante fortuna. Mientras, en imparable ascenso, el prodigioso Cuevas logró alcanzar uno de esos altos cargos que solo la generosa y prostituida política paraguaya puede conceder: Era presidente de la Cámara Baja. ¿Cómo lo logró? Bien, recuerde que la llaman la Cámara de la Vergüenza.

Fiel a sus métodos, Cuevas incorporó como funcionarios del Parlamento a buena parte de su clientela política de Paraguarí y dejó el presupuesto de Diputados cerca del default. Para entonces, la paciencia de la gente, de sus colegas, de la prensa y de los jueces se empezaba a acabar.

Es que el prodigioso Cuevas, incapaz de demostrar que la procedencia de sus bienes era legítima, recurrió al más creativo y prolongado repertorio de chicanas que se tenga memoria en nuestro Poder Judicial.

Ahora está preso. Me pregunto si se estará preguntando si valió la pena abandonar aquel digno y honesto oficio de zapatero. Y me respondo: Que pregunta tan estúpida. Los Cuevas de la vida no se hacen esas preguntas.

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