Quien dice que la familia está en crisis tiene razón, quienes apuntan a la responsabilidad de los padres distraídos y de los gobernantes, muchas veces superficiales o hasta corruptos en su conducta, creo que tienen razón… Pero ¿es que hay que darles a los niños el control de una sociedad que se autopercibe fracasada o se entrega a las modas y caprichos de los intereses y poderes que no tienen ninguna correspondencia con su historia, su cultura y sus principios vitales?
¿Dónde están los adultos hoy? ¿Dónde está esa sociedad intermedia que debe velar por la persona, que viviendo virtudes como la solidaridad y el respeto mutuos, puede dar cabida a todos y enfrentar los desafíos de este tiempo difícil?
Hoy ¿dejamos a las oenegés la educación, la guía moral, el diseño de todas las políticas públicas esenciales? ¿Todo le corresponde al Estado? ¿Qué sabe un funcionario de la historia personal de mis hijas o de mis alumnos? Por muy amigable que sea un servicio de salud, ¿qué condiciones laborales y éticas tiene un agente que es presionado para seguir al pie de la letra manuales instructivos que no se compadecen de la realidad personal de quien es atendido, sin consentimiento informado, tratado muchas veces como un simple nombre en un formulario que hay que llenar para salvar el día y a otra cosa mariposa?
¿Qué sistema referencial queremos dejar en herencia a nuestros hijos? ¿Uno donde todo parezca bajo control, sin que nosotros tengamos que mover un dedo? ¿Donde los padres nos excusemos para dejar abandonados a los niños y a los adolescentes a su suerte en medio de marquetineros de una ética mercantilista a quienes nuestros hijos no les importan lo más mínimo?
Si no despertamos del letargo anestesiado de la alienación y nos despabilamos del infantilismo de una vez, ayudándonos entre todos a buscar la verdad de lo que nos pasa como sociedad, no nos quejemos luego de los resultados.
Debido a nuestras fuertes raíces personalistas, creo que todavía estamos a tiempo, pero debemos empezar hoy.