El Presidente de la República dijo ayer a los periodistas, durante un acto en el Comando de Ingeniería del Ejército, que si las industrias paraguayas no tienen interés de pagar el precio real a los productores campesinos por el algodón en rama, es mejor que el producto salga de contrabando para el Brasil. “Viva el contrabando”, llegó a expresar textualmente el Presidente en medio de las críticas a las desmotadoras, a las que acusó de estafar a los campesinos.
El primer mandatario expresó esto en medio de la movilización de un importante sector campesino que está reclamando como precio 2.000 guaraníes el kilo por el algodón en rama, y al tiempo en que la cartera de Agricultura y Ganadería está tratando de negociar con el sector privado una mejor paga para los productores. Incluso hay anuncios de posibles subsidios que permitirán llevar el precio del producto a 1.500 guaraníes como máximo, cuando en el mercado interno se pretende pagar 1.300 guaraníes debido a la deprimida cotización internacional del textil y el bajo precio local del dólar.
Los productores reclaman los 2.000 guaraníes por kilo que se pagaba en promedio el año pasado, cuando la cotización del dólar estaba 1.000 guaraníes por encima de su precio actual, porque sus costos de producción son altos y necesitan remunerar su trabajo.
Teniendo en cuenta este contexto de conflicto, de arduas negociaciones entre distintos sectores para arribar a una solución que contemple el interés de las partes, el exabrupto del Presidente es, cuanto menos, inapropiado. Ni siquiera como broma se pueden aceptar las expresiones de vivar el contrabando en una sociedad que tiene el baldón de la informalidad y el estigma internacional de la corrupción en el comercio y en la administración del Estado.
El Presidente debe abandonar el discurso de barricada, sin sustancia, y abocarse a encontrar las soluciones a los problemas más acuciantes del país. Hablar en los términos en que lo hizo en medio de las diferencias siempre agudas del agro es refugiarse irresponsablemente en una retórica vacía ante uno de los más graves problemas que afectan a la ciudadanía paraguaya.
A mucha gente no le sorprende la salida presidencial, porque forma ya parte de su estilo. Pero aparte de los modos que puede tener en su manera de expresarse, tal actitud puede revelar una grave carencia de ideas para responder a las demandas del país. Si este fuera el caso, la situación sería aún más grave porque denotaría una evidente incapacidad para hacer frente a las tareas que son de su responsabilidad.
Es su obligación como gobernante elegido por el voto popular asumir responsablemente los desafíos cotidianos de la administración del país y buscarles remedio oportuno. Eso es lo que la ciudadanía, la que lo votó y la que no lo votó, espera como mínimo de la persona que detenta tan alta investidura. Toda otra postura es evadir obligaciones y, por consiguiente, defraudar la confianza del país.