18 feb. 2025

El Niño de Belén recuerda que es necesario rehacer entre todos la esperanza

La Navidad es la fiesta de la ternura y la concordia por excelencia. El Niño de Belén llega para decir que en medio de tantos motivos de distanciamiento entre los seres humanos hay que hacer un alto, reflexionar y releer la vida en clave de amor y esperanza.

Con tanto materialismo derramado en una sociedad que endiosa el tener más antes que el ser más, siempre es bueno detenerse ante el repetido milagro de aquel que vino al mundo en un pesebre e irradió su luz a toda la humanidad. Humilde y tierno, tiene la grandeza de los que traen un mensaje perdurable, un código de vida basado en la solidaridad, la justicia, el perdón y el coraje. No es un demagogo populista, sino alguien que enseña con su ejemplo que hay valores por los que no solamente hay que vivir sino también morir si las circunstancias así lo exigen.
En nuestro país, la Navidad es la fiesta del encuentro y el reencuentro familiar. El trajín cotidiano de la búsqueda del sustento diario hace una pausa y el tejido social de los lazos más íntimos se recompone en clave de armonía. Las discordias se desarman y se reconstruyen los vínculos que las urgencias desgastan al máximo.
Así como los hogares están hoy invadidos de un espíritu diferente, es necesario que en el Paraguay nazca una nueva forma de relacionarse. Que las mezquindades, los egoísmos, las actitudes violentas, los personalismos y otras mil lacras sociales que aplastan al prójimo y elevan ídolos con pies de barro ya no sean las normas de las relaciones entre las personas.
Dejar de lado esas actitudes que dividen y crean resquemores no es tarea fácil. Ese hombre nuevo, del que habla el que llegó con su propuesta de cambio radical, es un proyecto individual y colectivo que no se moldea de la noche a la mañana. Exige arduo trabajo y, sobre todo, un compromiso que logre superar las tentaciones de retorno a los antiguos vicios.
No es, sin embargo, una meta imposible. Pese a tanta degradación generada por la pobreza, a tantos atropellos por parte de políticos a los que no les interesa el bien común, a tanta corrupción en todos los ámbitos –no solo en el gubernamental–, queda todavía una amplia reserva moral. Los íntegros, honestos, capaces, justos y generosos son muchos más que aquellos que constituyen la otra cara de la moneda.
A partir de esa riqueza social que los antivalores no han podido desarticular, es que debe imaginarse una patria que no expulse a sus hijos por falta de empleo, que no obligue a nadie a hacer justicia por mano propia, porque los jueces y fiscales se venden por un plato de billetes, y que permita a todos encontrar el camino para realizarse y ser feliz.
Que el Niño del pesebre con arco de ka’avove’i traiga a los hogares paraguayos la tan necesaria paz espiritual que permite mirar el entorno con comprensión y respeto. Y que, a partir de ese clima propicio para caminar con más ánimo, tengan nacimiento proyectos personales y comunitarios que ayuden a recobrar la esperanza.