19 mar. 2024

El Metrobús, una granada con onda expansiva

El megaproyecto de Reconversión Urbana y Metrobús, el plan más ambicioso de las últimas décadas para mejorar la infraestructura urbana y el transporte público, tuvo desde sus inicios polémica, sospechas y dura oposición de los comerciantes. Las obras que arrancaron en noviembre del 2016 durante el gobierno de Horacio Cartes, bajo la batuta del ministro de Obras, Ramón Jiménez Gaona, tuvo ayer un corolario explosivo: la empresa portuguesa Mota Engil abandonó las inconclusas obras, tras inutilizar una avenida comercial, vital para la entrada y salida de la capital y con una disputa judicial que provocará un tembladeral político.

La crisis del Metrobús no es nueva. La demora, la improvisación, los cambios de planes sorpresivos y la puja entre la empresa y el Estado eran de público conocimiento. Las acusaciones mutuas por el retraso marcaron la relación desde el principio. El MOPC (era Cartes) tiene responsabilidad compartida por haber iniciado la obra sin la liberación de la franja de dominio, la indefinición de las indemnizaciones y los constantes cambios en el proyecto original.

El megaproyecto puso sobre la mesa las miserias, la ineficiencia, la falta de gestión, la corrupción de un país que sobrevive en la dejadez en todos los órdenes y que ningún gobierno central ni municipal se atreve a solucionar. No hay catastros de las propiedades, no hay información sobre las redes de servicio como alcantarillado sanitario y agua potable o el drenaje pluvial que no existe. En síntesis, las obras se hacían sin mapas, a ciegas y a cada excavación aparecían los problemas que iban retrasando aún más las obras, con la consecuente revuelta de los comerciantes y vecinos afectados.

Al decir de un representante de la firma, “una idea fantástica se convirtió en un proyecto maldito” por el mal manejo gubernamental y la oposición virulenta de los comerciantes.

Lamentablemente la prosecución del proyecto que cambiaba la fisonomía urbana y resolvía en parte el caos del transporte público para el beneficio de la población más vulnerable entra en el terreno de la indefinición.

BOMBA. El gobierno de Cartes fue dejando la crisis en manos del nuevo Gobierno. El ministro Arnoldo Wiens apenas se acomodaba en el sillón del Ministerio de Obras cuando se enteraba apenas dos días después de asumir de que existía una nota de preaviso de suspensión de los trabajos por parte de Mota Engil, enviada cuatro meses antes de que venza el plazo de entrega, 23 de diciembre. Notificaban a Jiménez Gaona que la decisión se debía “a los graves incumplimientos del contratante”, es decir, atraso en los pagos y falta de liberación total de la franja de dominio.

Con la granada en la mano y mucha indecisión, el nuevo Gobierno no desactivó la bomba y dejó pasar el tiempo como esperando un milagro. No hubo firmeza con la contratista ni un plan B para la catástrofe anunciada con tiempo y en titulares con luces de neón. Hace mucho que el pronóstico anunciaba esta tormenta. Era una crisis previsible.

LO QUE SE VIENE. Ayer el ministro Wiens confirmó lo que ya se sabía. Que la empresa suspendía las obras y que la zona de guerra quedaba en el limbo de la prórroga sin plazo. Anunció guerra judicial contra los responsables (que incluye a los administradores políticos). El presidente Mario Abdo se sumó asegurando que no habrá impunidad, con un fuerte apoyo a su quebrado ministro.

Si bien es cierto que la responsabilidad absoluta de esta crisis es del cartismo, que no supo gerenciar desde el principio el proyecto, que quedó al borde del fracaso, sin embargo, la solución está en manos del Gobierno actual y esa es una misión que no puede eludir.

En estos días podrá sortear la crisis con acusaciones políticas. La ciudadanía –especialmente los habitantes y comerciantes de la zona afectada– está con la sangre en el ojo contra Cartes, Jiménez Gaona y sus compañeros del proyecto; festejarán la rauda salida de Mota Engil (cuyas consecuencias económicas aún se desconocen), pero con el tiempo, esos mismos manifestantes que hoy exigen linchamientos en la plaza pública exigirán respuestas al nuevo Gobierno: ya no buscarán culpables, sino soluciones ante la acuciante situación.

Entonces no bastarán las lágrimas de impotencia del ministro.

ESTATE QUIETO. La escandalosa crisis del Metrobús es un duro golpe para el cartismo que en estos días lanza ácidas críticas a través de su holding de medios de comunicación sobre la gestión de Petropar, que se convirtió en un escenario de la puja política.

El enojo subió de tono tras la visita del presidente de la República al local del PLRA. Allí, con Efraín Alegre evocaron el asesinato del joven Rodrigo Quintana en manos de la policía cartista, símbolo de la lucha contra la reelección Al día siguiente fue a visitar al intendente de Asunción, Mario Ferreiro, en abierto desafío a Honor Colorado, que sigue reclamando una cumbre con su líder casi con desesperación.

La crisis del Metrobús tiene responsables, pero las consecuencias sufrirán todos. Quizá el ex presidente piense que ya no es su problema o el actual diga que no fue su proyecto.

La granada que Cartes dejó activada tiene onda expansiva.

Ninguno esquivará las esquirlas.

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