Para comprender el mensaje de Jesús hay que vivir como Él: entre los pobres. Engel, no creyente, lo dijo claro: “No se piensa ni habla igual desde una choza que desde un palacio”. Ser cristiano es vivir “ligero de equipaje” para dar la “buena noticia a los pobres”.
Entre nosotros, los que más tienen y los que tienen poco o nada estamos separados por un abismo. Unos tienen dinero y poder. Otros pobreza y abandono. Inclusive, dicen: “La prosperidad es una bendición de Dios”. Aunque Jesús nunca dijo eso.
Jesús es el profeta de la misericordia de Dios. Y lo dijo: “Bienaventurados los pobres”. Eso no significa el final del hambre de ellos. Significa la afirmación de la dignidad indestructible de todas las víctimas de injusticias. Nunca habrá vida de verdad sin la liberación para los de abajo del hambre y de la discriminación.
En una sociedad en la que hay gente viviendo en la miseria solo hay una disyuntiva: indiferencia hacia ellos o ser solidarios. El indiferente, creyente o no, está al margen de Dios. El solidario, creyente o no, está con Dios. ¿Dónde estamos nosotros?
La gran revolución religiosa llevada a cabo por Jesús es haber abierto otra vía para llegar a Dios distinta de lo sagrado: la ayuda al pobre. La ayuda al pobre es incluso el camino más seguro. Porque la religión no tiene el monopolio de la salvación.
El código de la santidad: “Sean santos como Dios es santo”. El código de la compasión: “Sean compasivos como Dios es compasivo”. Repetimos: este segundo es el gran compromiso religioso de Jesús. Compasivo, acogedor, incluyente. Es el principio interno de su actuación.