El Mesías trae a la humanidad un yugo y una carga, pero ese yugo es llevadero porque es liberado y la carga no es pesada, porque él lleva la parte más dura. Nunca nos agobia el Señor con sus preceptos y mandatos; al contrario, ellos nos hacen más libres y nos facilitan siempre la existencia. Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré, nos dice Jesús en el Evangelio de la Misa.
“Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. Se propone a sí mismo el Señor como modelo de mansedumbre y de humildad, virtudes y actitudes del corazón que irán siempre juntas.
La liturgia de Adviento nos propone a Cristo manso y humilde para que vayamos a él con sencillez, y también para que procuremos imitarle como preparación de la Navidad.
Solo así podremos comprender los sucesos de Belén; solo así podremos hacer que quienes caminan junto a nosotros nos acompañen hasta el Niño Dios.
Imitar a Jesús en su mansedumbre es la medicina para nuestros enfados, impaciencias y faltas de cordialidad y de comprensión. Ese espíritu sereno y acogedor nacerá y crecerá en nosotros en la medida en que tengamos más presencia de Dios y consideremos con más frecuencia la vida de Nuestro Señor.
“Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación, que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: este lee la vida de Jesucristo”. Especialmente la contemplación de Jesús nos ayudará a no ser altivos y a no impacientarnos ante las contrariedades.
(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal)