14 jun. 2025

El camino de la mansedumbre

El texto del profeta Isaías en la primera lectura de la Misa, como el Salmo responsorial, nos invitan a contemplar la grandeza de Dios, frente a esa debilidad nuestra que conocemos por la experiencia de repetidas caídas. Y nos dicen que el Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en misericordia, y quienes esperan en él renuevan sus fuerzas, les nacen alas como de águila, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.

El Mesías trae a la humanidad un yugo y una carga, pero ese yugo es llevadero porque es liberado y la carga no es pesada, porque él lleva la parte más dura. Nunca nos agobia el Señor con sus preceptos y mandatos; al contrario, ellos nos hacen más libres y nos facilitan siempre la existencia. Venid a mí todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré, nos dice Jesús en el Evangelio de la Misa.

“Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera”. Se propone a sí mismo el Señor como modelo de mansedumbre y de humildad, virtudes y actitudes del corazón que irán siempre juntas.

La liturgia de Adviento nos propone a Cristo manso y humilde para que vayamos a él con sencillez, y también para que procuremos imitarle como preparación de la Navidad.

Solo así podremos comprender los sucesos de Belén; solo así podremos hacer que quienes caminan junto a nosotros nos acompañen hasta el Niño Dios.

Imitar a Jesús en su mansedumbre es la medicina para nuestros enfados, impaciencias y faltas de cordialidad y de comprensión. Ese espíritu sereno y acogedor nacerá y crecerá en nosotros en la medida en que tengamos más presencia de Dios y consideremos con más frecuencia la vida de Nuestro Señor.

“Ojalá fuera tal tu compostura y tu conversación, que todos pudieran decir al verte o al oírte hablar: este lee la vida de Jesucristo”. Especialmente la contemplación de Jesús nos ayudará a no ser altivos y a no impacientarnos ante las contrariedades.

(Frases extractadas del libro Hablar con Dios, de Francisco Fernández Carvajal)