13 feb. 2025

El 2006 deja el sabor amargo de un año que robaron los políticos

Los políticos, antes que ser promotores del bien común, les han dado prioridad a sus intereses particulares, dejando como saldo del 2006 una elevada deuda social y decepciones por la falta de respuestas a los graves problemas sociales. El aumento de la pobreza, la expulsión de compatriotas por falta de empleo, la inseguridad y la incertidumbre son la consecuencia de la actitud mezquina de los líderes del país.

En teoría, los que a través de un partido político –estén en el gobierno o en la oposición– han elegido el ejercicio del poder deben buscar el bienestar de la nación. Una conducta racional, regida por principios éticos que les den contenido a sus acciones, con lucidez suficiente para diagnosticar la realidad y aplicar recetas adecuadas a cada caso, es lo que se espera de ellos.
En la práctica, sin embargo, han dejado evidencias inapelables de que el apego al cargo que ocupan les enceguece, los vuelve soberbios, se dedican más a buscar formas de sobrevivir políticamente antes que a cumplir con eficacia sus responsabilidades y olvidan que alguna vez tendrán que rendir verdaderas cuentas a la ciudadanía, a la que defraudan en hechos y en palabras.
El presidente de la República, Nicanor Duarte Frutos, este año dejó de lado su misión fundamental de gobernar para beneficio de todos. La violación de la Constitución Nacional para asumir fugazmente la presidencia de la Junta de Gobierno del Partido Colorado y su obsesión reeleccionista afectan sustancialmente su autoridad moral de gobernante.
El Congreso de la República, antes que generador de leyes para el desarrollo, fue epicentro de la puja por el poder político en un tempranero inicio del proselitismo con miras al 2008. La miopía de anteponer las ambiciones grupales a las aspiraciones colectivas causa un grave perjuicio a la mayoría.
La Administración de Justicia fue deficiente y corrupta, aumentando su desprestigio. Ni los fiscales ni los jueces –salvo excepciones muy escasas– han cooperado para revertir la imagen negativa que tiene esta vital institución. Ni la Corte Suprema de Justicia ni el Consejo de la Magistratura –contaminados por la intromisión de políticos poderosos– ni el Jurado de Enjuiciamiento de Magistrados han dado lo que se espera de ellos.
Si bien la macroeconomía arroja cifras favorables, la microeconomía –la que afecta a cada persona, en particular a los sectores más carenciados– deja el amargo sabor del fracaso. La masiva salida al exterior en busca de trabajo es la crítica más lapidaria a cualquier triunfalismo explícito o implícito. El aumento del índice de la delincuencia es otro de sus frutos podridos.
Como síntesis, la desesperanza y la incertidumbre han ganado terreno a pasos acelerados. Desde el presente es imposible vislumbrar un futuro optimista. Por ello, un sector cada vez más grande cree que la única opción es el cambio de los políticos, que han conducido al país a un atolladero. Ya durante demasiado tiempo despilfarraron su oportunidad y defraudaron los sueños de vivir en un Paraguay diferente.