17 jun. 2025

Economía, no contabilidad

Por Juan Montaner
La pretensión que tendría el nuevo directorio del Banco Central de cobrarse la deuda del Gobierno debe ser combatida. Eso es confundir Contabilidad con Economía. Si para bien del Gobierno, el Central se hace cargo de deudas de la extinta Flota Mercante, para nuestro mal se produce así una inflación.
No culpemos de lo mismo a las compras de dólares formando reservas. Sueltan guaraníes, pero estos serán retirados después por más importación y solo se sentirían en los precios tres meses después, justo cuando comienza esa contracción.
Superar los US$ 1.300 millones de deuda –la mayor parte en guaraníes– ha dado una inflación que aunque nos haya parecido pequeña, alguna vez cerca del 20%, hoy más cerca del 10%, constituía un verdadero impuesto escondido. Si el Gobierno va a resarcir al Central será con impuestos visibles y sentidos.
¿Qué derecho tiene la banca central a crear algo de la nada para exigir después algo real? No aceptemos que nos impongan cargas reales para arreglar una virtual anotación en las cuentas.
Agrava el problema el que nuestro Gobierno y los legisladores que le siguen no saben poner impuestos inteligentes.

CÓMO LEER AL RATÓN MICKEY
Walt Disney creó al ratón Mickey como el buen ciudadano que paga sus impuestos. Pero se dio cuenta de lo cándido que era y creó al más normal Pato Donald. Refunfuñón, y al que –como suele suceder en la vida– todo le sale mal, Donald no llega a entender las imposiciones del mundo.
Pero, su desconfianza le pone en camino y como aquel primer filósofo de su país, Thoreau, quizás se niegue a pagar impuestos a los recaudadores. Nosotros no tenemos esa actitud cultural. Y queriendo imponer una “cultura tributaria”, Hacienda casi nos convence de ser ratones Mickey, llegando a jugar con la dignidad de la mayoría de los paraguayos: “No, a vos no te vamos a poner impuestos sino a esos otros”.
Mientras, el Gobierno acumula superávit, US$ 250 millones (según una corrección de marzo) que, reconoce un personero, es una colaboración con el Central para tener dinero fuera del sistema. A los bancos les ofrece bonos, retirando recursos y elevando la tasa de interés. Esos bancos tienen como US$ 800 millones en letras del Central.
Evidentemente, el Ministerio de Hacienda y el Banco Central nos hacen la vida más difícil. Y en esa colaboración llegan a perderse. El uno sostiene el dólar y el otro quiere imponer por demás a la producción. A esta antes le sacaba el uno; ahora quiere hacerlo el otro. Solo demuestran un desconocimiento de la realidad económica. Como cuando se compraba petróleo con dólares a un cambio privilegiado ¡y después se le ponía impuestos!
Ante ese comportamiento más que “buenos ciudadanos”, debemos ser perspicaces.

EL CAMIONERO PARA MINISTRO. No todos entre nosotros somos ratones. En la radio se escuchó en estos días una investigación debida a un despierto camionero. El municipio de Eusebio Ayala siempre se caracterizó por aprovechar el paso de la ruta nacional para imponer sanciones a conductores. Ahora cobra un canon a todo camión que baja allí mercaderías. Si un número importante de comunas se pone a hacer eso va afectar el negocio del camionero, aunque este intente trasladarlo a sus precios. Como se dio cuenta el despierto ciudadano, los comercios de Eusebio Ayala ya pagan su patente comercial. Entonces, es una doble imposición que será trasladada: la pagará el perjudicado consumidor del pueblo. Ello se traduce en empleos innecesarios en la Municipalidad –observación del mismo camionero–.
Es un excelente resumen de lo que es una mala imposición y de los verdaderos objetivos del sector público.
A diferencia de otros latinoamericanos, nosotros tenemos una riqueza ganada, que empieza “arañada” a la tierra. Ellos tienen una riqueza “encontrada” de la que ni siquiera dominan su producción. Nuestro Estado, con sus políticas monetaria y fiscal –desde el Banco Central y el Ministerio de Hacienda–, debe dejar que la sociedad trabaje y se enriquezca.
“Cultura tributaria” es exigir el mejor impuesto y el para qué del mismo. Ante el Estado, cuando se equivoca, rescatemos la inteligencia de Thoreau –y del camionero– antes que la inocencia del ratón Mickey.
No son anotaciones contables las que interesan, sino el éxito de nuestro esfuerzo en la economía real.