Sin embargo, el Gobierno ha prometido al país reducir la pobreza; lo cual sería imposible siguiendo el modelo neoliberal basado en la teoría señalada. La experiencia revela que con su hegemonía solo se agravó la brecha entre ricos y pobres, ampliándose las desigualdades sociales.
Tras las décadas perdidas de los 80 y los 90, se volvió la mirada hacia la teoría que fuera aplicada para salir de la Gran Depresión en el decenio de los 30. En los países en los que esa política económica contribuyó a consolidar el estado de bienestar y no sucumbir ante las presiones neoliberales, las recurrentes crisis macroeconómicas tuvieron menos impacto.
Digo esto porque el Paraguay, necesariamente, debe tener una economía para generar empleo. Y es entonces cuando nos vemos ante la obligación de impulsar la inversión y el consumo, ampliar el gasto público en el sector productivo y, en general, promover la “demanda agregada” para focalmente orientar nuestra economía a la ampliación exponencial del empleo.
Ya sabemos que con esta política económica debemos dedicarnos a multiplicar la inversión en obras de infraestructura, a aumentar geométricamente la creación de fábricas para una producción serializada, a mejorar y modernizar los servicios públicos y privados, y a triplicar el financiamiento de la educación, tanto para una escolarización generalizada y de calidad como para estandarizar y universalizar la excelencia académica en la educación superior, sobre todo en ciencia y tecnología.
Se diría que este conjunto de planteamientos es muy pretencioso, pero bastará que observemos lo que están haciendo Brasil y Uruguay. El primero; para reducir la pobreza, cosa que está logrando ejemplarmente. Y el segundo; para mejorar la productividad y la capacidad competitiva de su gente.
En nuestro caso, además, debemos frenar la migración rural y fomentar el arraigo, pues de lo contrario agravaríamos los cinturones de miseria que rodean las ciudades. Y para eso, los programas de diversificación productiva, con asistencia técnica, crediticia y distribución de tierras, son fundamentales. También lo son las carreteras, las escuelas y los colegios, los centros de salud y la construcción de viviendas. Y ya en este contexto, la presencia del Estado es ineludible, puesto que para la inclusión en un esquema de desarrollo de los sectores vulnerables y precarios no es posible ninguna inversión externa, condicionada siempre por factores de rentabilidad.
Pero a lo que vamos es a que la totalidad de nuestra economía tiene que estar centrada en el aumento elevado de la inversión y el consumo, destinado –el aumento– a la generación del empleo que responda a la oferta laboral y a un salario que a nivel nacional dinamice la demanda agregada. Es el camino para el desarrollo sin exclusiones, el único rumbo que sirve para combatir la pobreza, entrar en una fase de la revolución industrial y productiva, a la vez de generalizar el bienestar social.
Lamentablemente la opción por esta alternativa aún no se divisa entre aquellos a quienes se les ha confiado la responsabilidad de dirigir nuestra economía.