Casi 48 horas después, esas mismas personas veían en silencio y entre lágrimas su esfuerzo reducido a cenizas.
“Ojalá podamos recuperar algo”, dice Demetria Sanabria, vendedora de verduras desde hace 30 años . Y eso es todo lo que puede decir. Luego las lágrimas le impiden seguir hablando.
Así como ella, otras personas miraban al vacío, buscando una explicación. Algunas no querían hablar, había quienes trataban de salvar algunas mercaderías y verduras que no se quemaron.
“Es un dolor desesperante. Aparte de la pérdida le vez a tu amiga, tu compañera. Es como si fuera que vos estás perdiendo”, dijo Mariana Aquino, quien tiene su negocio sobre la calle Battilana y se acercó a dar su apoyo y ayuda a sus compañeras.
El Mercado 4 no solo es un centro comercial. Es un gigantesco nervio que se estremece cuando uno o varios se sienten afectados. Esto es lo que impulsó a otras vendedoras a recorrer las calles paralelas al tinglado siniestrado, llevando cocidos y galletas a los damnificados.
“Se tienen que controlar también los comercios grandes, que estén en condiciones”, reclama Natalia Insaurralde mientras sirve el cocido. El movimiento comercial continuaba. “Pejúke, avendese. Oikoma la oikoarã”, dijo una vendedora de verduras, quien sabe que la vida y las cuentas continúan cada día, hora y mes, sin detenerse.