Hace aproximadamente 10 años, Pedro, recién casado y con título en mano, consiguió incursionar en su carrera y trabajó para proyectos en instituciones públicas, donde la paga era buena, pero los contratos duraban pocos meses.
“Mi esposa estudiaba Administración de Empresas, le pedí que solo se dedique a estudiar y yo me encargaba de los gastos de la casa. Para nosotros el estudio está siempre en primer lugar”, relató a Última Hora.
Decidieron montar una farmacia en su casa, cuando vivían en la ciudad de Carapeguá. De esa manera, su compañera generaba ingresos sin descuidar sus estudios.
Así fue hasta que, sorpresivamente, la pareja tuvo que afrontar una crisis económica fuerte, lo que impulsó a Pedro a seguir luchando e ingeniarse para llevar dinero a la casa y que su amada no deje de estudiar.
Cuando perdió los dos trabajos que tenía parecía que todo empeoraba, ya que su única esperanza era la farmacia, que en días de mayor venta cerraba con G. 50.000 en caja.
“Un día, entonces, decidí agarrar algunos remedios y salir a recorrer. Si bien nosotros vivíamos en el centro de Carapeguá, yo me fui a los pueblitos, a los almacenes más lejanos que ni sabía que existían”, rememoró.
De esa manera comenzó la historia que para muchos puede ser de terror, pero para García fue un desafío y nunca se rindió.
Con mucha vergüenza, fue de una despensa a otra ofreciendo los remedios; pero muchos comerciantes, entre caras largas y malos tratos, le aseguraban que ya tenían proveedor.
Desde esa primera venta y después de muchas puertas cerradas, el camino se fue abriendo para Pedro, quien en pocos meses no solo vendía medicamentos sino también bolsas de hule y algunos productos básicos para el hogar.
Con esto, Pedro logró sostener la casa. No vivían con lujos, pero su esposa logró recibirse en la carrera de Administración de Empresas.
Algunas cuentas fueron pagadas; para otras, siguieron bicicleteando por muchos años. Salir de la piscina de deudas les tomó 10 años y muchas ganas de salir adelante.
Después de esta depresión financiera que atravesaron, surgió la oportunidad de ser docente. Enseñó en algunas universidades y descubrió un nicho en el que se sintió cómodo. Ese fue el fin del vendedor como “macatero”.
“No dejé mi emprendimiento, tenía otros, y este fue solo un escalón para llegar a donde quería, para entender que todo dependía de mí y enfocarme en mis metas”, enfatizó.
Pero como sus ganas de aprender permanecieron, un día, por curiosidad, decidió meterse a un curso de refrigeración y aprendió a reparar acondicionadores de aire, heladeras y congeladoras.
Como lo que ganaba por hora cátedra en la universidad no era mucho, decidió que podía ofrecer sus servicios como técnico de acondicionadores de aire. A esto se dedicó durante varios meses.
Su realidad hoy es otra, ya que fue dejando de lado las ventas para dedicarse a la docencia, y confesó que si se animó a contar parte de su historia, lo hizo inspirado en sus alumnos.
“Pasé de dormir cuatro horas por día a trabajar cuatro horas al día”, recordó, pero sonrió al recordar que serán más horas de trabajo cuando inicien las clases.
Hoy Pedro cuenta esta historia para animar a otros a salir adelante, que entiendan que por más hundidos que se sientan o aunque estén cansados de luchar sin ver los resultados, no todo está perdido, y que llegar a la meta depende de cada uno.